Un camino sin retorno

Por Ignacio Marín (@ij_marin)

De no remediarlo, terminaremos este mes recién estrenado transitando un camino sin retorno. De no poner todo nuestro empeño en evitarlo, si no nos esforzamos en recordar lo mucho sufrido en los últimos años por todos nosotros, tomaremos el rumbo hacia un destino en el que no habrá marcha atrás. Y no será un destino ignoto. Este camino ha sido diseñado desde hace décadas, si bien se ha acelerado en los últimos años. No habrá luz al final del túnel, sino más oscuridad, más penumbra.

Hablo del camino que obliga a la clase trabajadora a abandonar lo público. La educación, la sanidad, todo lo público, que tanto nos costó construir, camina hacia su desmantelamiento. El planteamiento es sencillo, nada disimilado. Cuando cualquier ciudadano, cansado de no recibir atención primaria en su centro salud, cansado de no poder ofrecer a sus hijos una educación digna, considera que no le queda otra opción que recurrir a lo privado, recorre un camino sin retorno. Un camino en el que jamás volverá a confiar en lo público. Porque lo público le ha decepcionado, porque le ha hastiado. No porque él pudiera elegir, sino porque le han obligado a sentirse así.

El plan, desde luego, está bien trazado. Hace décadas, el capitalismo consideraba que un trabajador rentable era un trabajador que tenía sus condiciones de vida garantizadas por el sistema. La sanidad, la educación, incluso la vivienda, estaban garantizadas, o al menos, tenían un acceso sencillo. Era el keynesianismo, el capitalismo de rostro humano, que aún consideraba a los trabajadores como personas.

Pero la irrupción en los años 80 del neoliberalismo dio al traste con esas ideas. Todo es ya monetizable. Todo puede ser una mercancía. No se libran ni la educación, ni la sanidad, pilares básicos de la dignidad de una persona, aspectos a los que deberían tener derecho los seres humanos sin importar sus ingresos. Por eso, los impuestos, herramienta de redistribución de la riqueza, y el Estado, como regulador, son los enemigos a batir. Y como última etapa de este camino, una distopía en la que todo se rige por criterios económicos, donde todo es privado, donde no existe ascensor social, donde la desigualdad no se combate…. porque hacerlo es incompatible con esa idea de libertad tan intoxicada.

Nuestra región ha sido, por desgracia, el principal campo de pruebas para las teorías neoliberales desde hace décadas. Lo único que les honra es que jamás nos mintieron. Nunca disimularon su adhesión a estas ideas y su admiración por sus principales referentes. Nunca negaron ni niegan su intención por eliminar los impuestos, por reducir el tamaño del Estado a algo residual. Ahí están las cifras que demuestran la degradación de la sanidad, de la educación pública. Ahí está la escalada descontrolada de los precios de la vivienda, la barra libre para los fondos buitre, los desahucios diarios. Ahí está el dolor de las familias que sufren estas políticas. Ahí está nuestra región, líder en desigualdad, líder en usurpación de la sanidad privada, líder en gestión inhumana de la pandemia.

Si al menos fueron sinceros en sus planes privatizadores, no nos dirijamos engañados a ese camino sin retorno. Si queremos transitarlo, que seamos conscientes de lo que nos espera. En lo que se pueden convertir nuestros barrios, nuestras calles, nuestras escuelas, nuestros centros de salud. Aún estamos a tiempo de demostrar que hay un camino lejos del negocio, de la privatización, de la exclusión social. Tomemos conciencia antes de que sea tarde. Existe alternativa. Ni nosotros ni nuestro barrio nos lo merecemos.
Ahí está el dolor de las familias. Ahí está nuestra región, líder en desigualdad, líder en usurpación de la sanidad privada, líder en gestión inhumana de la pandemia

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