De vuelta del período vacacional y frente a un nuevo curso. Momento propicio para reflexionar.
Parece que aumenta la sensación de “lo inalcanzable”, “lo incierto”, “lo poco que se puede influir” en las decisiones que se toman “desde arriba” y que, por tanto, condicionan nuestra propia vida. Por otro lado, se refuerza la creciente importancia que va adquiriendo “lo más próximo” y cómo cada uno influye en esa realidad humana más cercana. Aquí es donde se evidencian las grandezas y las torpezas de cada cual. En estas relaciones próximas es donde se puede medir lo que se va aportando a “este mundo”.
Es en el contacto directo con “el próximo” donde se evidencia lo que se va haciendo con la propia vida. Y aquí es donde uno puede ver cómo está y medir si es que avanza o retrocede.
En este momento donde crece a pasos de gigante la falta de dirección en los aspectos más amplios de la vida social, política, económica, etc. es en el que toma especial relevancia la influencia en “lo más próximo”.
Tal vez sea momento de una reflexión personal para hacer los pequeños ajustes que nos acerquen a una mayor coherencia entre lo que pensamos, sentimos y hacemos. Tal vez sean momentos de rescatar lo más valioso de uno, de comprender y aprender de lo vivido y tratar de reforzar o dar una nueva dirección a la propia vida. De esa manera iremos aclarando las respuestas que ir dando en el día a día a un incierto futuro en el que “todo lo importante” está por construirse.
Tal vez sea momento de compartir con los seres más queridos estas profundas inquietudes para que estrechemos las relaciones y reforcemos nuestro “aprender a estar en este mundo”.
¡Qué paradoja! Por un lado, aumenta la sensación de lo poco que podemos influir en “lo general” y, a la vez, queda más evidente que sólo desde unas renovadas relaciones próximas es desde donde algo verdadero y con cohesión se puede ir levantado socialmente. Parece que es en esa encrucijada en la que nos encontramos.