ROBERTO BLANCO TOMAS
Entre los días 10 y 21 de octubre hemos tenido la oportunidad de contemplar una estupenda exposición de fotoperiodismo en el centro juvenil El Sitio de mi Recreo, en Villa de Vallecas. Titulada Vida en los bordes. Miradas al y desde El Gallinero, la muestra nos ha acercado al que se define en el texto de presentación como “uno de los poblados más míseros de Europa”.
Desde las lentes de un buen número de fotógrafos de primer orden, hemos asistido a “disfunciones, rupturas inesperadas, la sorpresa de encontrar alegría y belleza donde no debería ser posible…”. Todo ello y más en las miradas de Raúl Herranz, Siro López, Ana Castro, Matías Hyde, SanniSaarinen, LaerkePosselt, Laura Enrech, Susana Vera, Ramón Martín, Uly Martín, Andrés Kudacki, Carlos Rosillo o Sergio González Valero.
La idea de partida está perfectamente expresada en el mencionado texto, de Ángel Arrabal: “las ciudades modernas han logrado una gran eficacia en la gestión de sus residuos urbanos […]. Sin embargo, una gran ciudad como Madrid no sabe qué hacer con sus desechos humanos, es decir, con los miles de personas que por su situación ilegal o por sus actividades al margen del mercado, acaban formando ‘poblados’ inmensos en los bordes de la ciudad. Estas poblaciones, sin censo, se convierten en ‘invisibles’ y, a efectos oficiales, son prácticamente ‘inexistentes’, puesto que su reconocimiento supondría la correspondiente responsabilidad municipal en cuanto a dotaciones y servicios públicos”. Poblados que van siendo demolidos en función del crecimiento de la ciudad y sus arterias, viéndose trasladados a “un nuevo borde” del municipio.
A estas poblaciones se han unido en la última década una creciente población de gitanos rumanos, grupo humano que protagoniza la mayor parte de las instantáneas expuestas, auténticos expertos en el arte de la supervivencia. “La conjunción entre su capacidad de sobrevivir y la tozuda solidaridad de los voluntarios que, desde hace años, acompañan y apoyan la vida en este borde inhabitable de la ciudad, produce este resultado tan paradójico: una fuerza vital a prueba de infortunios y la confianza en salir adelante”, concluye el citado texto. En este aspecto incide también el fotógrafo Ramón Martín: “La sensación que me quedó después de pasar por El Gallinero fue en parte de indignación por vivir en un mundo que permite las injusticias y las oculta. Por otra parte, sin embargo, surge la esperanza en estos chicos y en estas familias llenas de alegría y de dignidad, que con la ayuda de los voluntarios y luchando casi contra todo, sabrán abrirse camino en esta Europa del siglo XXI”.
Pero casi el mejor resumen de esta exposición, que según nos cuenta el personal del centro juvenil ha sido bastante visitada, lo constituyen dos anotaciones en el libro de visitas que proponía al público “escribir su foto”. Una persona define lo visto como “una maravillosa muestra de que la dignidad y la vida están por encima de cualquier miseria. Enhorabuena”. Otra, ante la propuesta de elegir una de las fotos, escribe: “me quedaría con todas…”. Un servidor, también.