Vallecas a través de los ojos de Marisa, un homenaje a su barrio y a su padre

Mediante sus recuerdos, esta vallecana de pura cepa nos enseña a rememorar nuestro hogar y a nuestros seres queridos

Marisa posa junto a la estatua de Pablo Neruda

Por David Muñoz Montero

Desde que era pequeña, este barrio ha sido su hogar, su escenario y su fuente de inspiración. En los ojos de Marisa Martín, Vallecas no es solo un lugar geográfico, es un alma colectiva que respira a través de las calles, de las plazas y, sobre todo, a través de las personas que lo habitan.

En el bulevar de Vallecas, entre la gente y el ajetreo del día a día, se encuentra un pequeño quiosco que, para muchos, es un pedazo de historia del barrio. Conocido como ‘El Tesoro de Vallecas’, fue el lugar donde su abuela, una mujer ciega, luchó por hacer su vida vendiendo cupones de la ONCE. Allí, esta vallecana de pura cepa creció, rodeada de la calidez de los vecinos y el bullicio de un Vallecas que ya comenzaba a transformar su identidad. «Nos bajábamos al quiosco, y mientras mi madre y mi abuela vendían los cupones, yo jugaba con mi triciclo, entre risas y gente conocida,» recuerda. El quiosco no era solo un lugar de trabajo. Era un centro de vida, un refugio donde las historias se entrelazaban, y donde ella, aún pequeña, jugaba mientras su madre, empoderada, llevaba a cabo el arduo trabajo de vender los cupones.

Marisa nació en Chamberí, pero Vallecas la adoptó desde niña. A lo largo de su vida, se ha convertido en un ejemplo para sus allegados no solo por su implicación en la cultura local, sino también por su amor y devoción hacia su historia personal. Hoy, a sus 60 años, no solo es conocida en su barrio como parte activa de la asociación cultural Al Alba, sino también por su papel en el grupo de teatro Las Teatrekas, con el que lleva años contando la historia de Vallecas a través de una mirada única.

El colectivo de teatro es una de las grandes pasiones de Marisa Martín y una parte fundamental de su vida en Vallecas. Este grupo, compuesto por 17 mujeres vallecanas, se dedica al teatro documental, un formato que les permite contar las historias del barrio desde una perspectiva única, en la que se da voz a las mujeres que han formado parte de las mismas. “Me parece maravilloso poder contar la historia de Vallecas por mujeres de Vallecas. Me hace sentir muy orgullosa y nos hace sentir muy unidas y felices”, comenta Marisa.

Pero si algo la define es su profunda conexión con su familia, y especialmente con su padre, Salvador. Su legado es inseparable del barrio y de una estatua que hoy adorna uno de los puntos más emblemáticos de Vallecas: la estatua de Pablo Neruda. Fue su padre, artesano de la fundición Fundiarte, quien tuvo la oportunidad de fundir la escultura que, años después, se instalaría en la Plaza de Pablo Neruda. Marisa no solo ve en esa figura de bronce un símbolo de la cultura del barrio, sino también un tributo personal a su progenitor.

“Cada vez que paso por allí, me hago un ‘selfie’ con Pablo Neruda. Es mi pequeño homenaje a mi padre. Es como ver un trozo de recuerdos que compartí con él, y siempre me hace sonreír”, explica. La estatua esculpida por Juan Antonio Tinte, que representa el vínculo entre su padre y Vallecas, se ha convertido en un punto de referencia personal para ella.

Nuestra protagonista, de niña, en el quiosco ‘El Tesoro de Vallecas’

Todo este homenaje se entiende por el trágico desenlace de su progenitor. En plena pandemia, falleció sin poder despedirse de ella. La enfermedad lo llevó a una residencia, y las restricciones hicieron imposible su último adiós. “Mi padre fue muy querido por todos, especialmente por los vecinos. Era una bellísima persona. Incluso el Padre Florentino, el cura de la parroquia, le tenía gran aprecio, a pesar de ser ateo”, detalla.

El barrio, las personas, las experiencias y los recuerdos se entrelazan de tal manera que, para Marisa, Vallecas no es solo un lugar, sino una parte integral de su identidad. “Vallecas es mi vida, mi barrio, mis amigos. Aquí nací, crecí y me formé. Es un lugar lleno de historia y, para mí, es imposible imaginarme en otro sitio”, relata.

Homenaje

“Esto es un homenaje a mi padre, que tuvo la mala suerte de caer en una enfermedad muy dura. No tuvimos más remedio que llevarlo a una residencia, pues necesitaba ayuda las 24 horas del día. Le visitábamos a diario, ya que estaba cerca de casa. Pero una horrible pandemia nos lo quitó, no nos dejaron salir de casa ni a visitarle y un 6 de abril nos dieron la triste noticia de su fallecimiento. Sin poder hacerle una despedida, sin un abrazo, sin un duelo. Y hasta los dos meses no nos dieron sus cenizas para poder hacer un entierro digno con un mínimo grupo de personas. Pero sus anécdotas nos van a acompañar siempre. Papá esto va por ti”, apostilla.

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