ROBERTO BLANCO TOMÁS.
El Certamen de Microcuentos Vallecas Calle del Libro, como toda buena iniciativa, crece vertiginosamente de edición en edición. En la de este año, la tercera ya, han sido más de 200 los relatos presentados a concurso, que se han repartido entre sus dos categorías: Comunidad de Madrid y Resto de España.
Y no solo ha sido elevada la cantidad de microcuentos recibidos, sino también la calidad de los mismos, lo que ha puesto realmente difícil la labor del jurado, situándose los finalistas y sus inmediatos “perseguidores” en un margen estrecho. Finalmente, los ganadores han sido Un hombre de provecho, de Raúl Clavero Blázquez (Comunidad de Madrid); y Burros de algodón y príncipes errantes, de Miguel Ángel Gayo Sánchez (Resto de España). Reproducimos ambos en esta misma página para deleite de los lectores.
La entrega de premios tuvo lugar el 26 de mayo en la Librería Muga, en un bonito y ameno acto en el que los distintos finalistas leyeron sus relatos y otras creaciones de su pluma. El certamen ha estado organizado y patrocinado por Vallecas Todo Cultura, Librería Muga, PoeKas, Bartleby Editores, Vallecas VA y Cervecería Cruz Blanca Vallecas. Éste último patrocinador ofreció a finalistas y jurado el mismo día 26 un fabuloso cocido madrileño, auténtica obra de arte de su chef Antonio Cosmen, avalado por la más alta puntuación del prestigioso Club de Amigos del Cocido. Prueba del impacto causado entre los comensales la tenemos en que su delicia fue tema recurrente en las conversaciones e intervenciones del resto de la tarde.
Un hombre de provecho
(Ganador Comunidad de Madrid)
Una mañana un niño se me instaló en la cabeza. Pensé que si no le hacía caso acabaría por marcharse, así que no le dije nada, pero el niño se quedó allí, sonriendo, guiando mis pasos hacia los charcos, obligándome a parar en cada puesto de golosinas del barrio, haciendo que me preguntara el porqué de las cosas.
La vida se me complicó. En mi familia no dudaron en tacharme de inmaduro, y en el trabajo comenzaron a mirar con recelo cualquiera de mis sugerencias a las órdenes del jefe, de modo que no tuve más remedio que deshacerme del niño que vivía en mí.
Ahora su lugar lo ocupa un funcionario que fiscaliza todos mis movimientos. Ya no hago preguntas ni sugerencias, ya no persigo con la mirada el vuelo dudoso de los aviones de papel y aunque, a veces, al pasar cerca de un charco siento que la excitación se me acumula en las rodillas, sé que no debo saltar, y me contengo, y camino deprisa hasta llegar a mi casa, y entonces hundo la cabeza en la almohada, y lloro quedamente o ahogo un grito, como han hecho siempre los hombres de provecho.
Raúl Clavero Blázquez
Burros de algodón y príncipes errantes
(Ganador Resto de España)
Trabajar en una librería de barrio tiene la ventaja de conocer bien a tus clientes. Pero a veces, a pesar de ser un barrio de la periferia, se cuela gente de lo más peculiar.
— Se me perdió un burro. ¿Lo vio usted? —me preguntó un tipo enjuto con perilla.
— ¿Burro? ¿Cómo es su burro? —dije por llevarle la corriente.
— Mi burro es tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no tiene huesos…
—¡No! —le interrumpí—. Nunca vi un burro así.
El individuo se marchó melancólico.
Al poco entró otro caballero. Llevaba gafas de aviador:
— Busco un niño. Viaja solo…
— ¿Un niño?…
— Sí, viste como un príncipe. Habla de una rosa que dejó en su planeta…
—No —interrumpí—. ¡Jamás vi un niño así!
Del almacén llegó un jolgorio impropio para una librería.
—Obras —me justifiqué.
Cuando el hombre se marchó abrí la puerta del almacén.
— ¡Debéis tener cuidado!
El niño se bajó de los lomos del burro.
— Vuestros creadores os buscan. ¡Y cada vez se acercan más! Bien saben que aquí, en la periferia, nos gusta soñar con burros de algodón y príncipes errantes.
Miguel Ángel Gayo Sánchez