Por Juan Sin Credo
Así reza uno de los versos de la canción ‘Maracaibo’, perteneciente al grupo de La Unión, banda mítica de la década de los 80 que, por cierto, actuó en las Fiestas de la Virgen de la Torre de 2016. La selva del asfalto de todo el tráfico que circula desde la Avenida de la Democracia hacia el casco histórico de Villa de Vallecas. El mar de los ferrocarriles que transporta los sueños de todos los viajeros desde las páginas de todos los libros del Bibliometro, situado en la parada de Sierra de Guadalupe.
La selva de una antigua estación ferroviaria desde la que salía el proletariado vallecano hacia la siderurgia Fabrimetal, ubicada en la calle del Puerto del Pozazal, antigua Ronda de la Estación. Obreros legendarios del metal que, ante la inminente suspensión de pagos que dejó en el paro a millares de familias, protagonizaron unas de las oleadas de huelga más feroces de la Transición en protesta ante la pérdida de su puesto de trabajo. En la búsqueda de cobijo para la defensa de sus derechos, se les prohibió el acceso a lugar sagrado por la interposición del párroco de esa época, Luis Villabilla. Por ese motivo, muchos de los hijos de esos obreros buscaron la selva de la razón frente a la adversidad de una fe siempre dogmática, con una liturgia inflexible que no atendía tanto a las preocupaciones cristianas de sus feligreses, sino más bien a los intereses de una oligarquía perfumada en incienso y flores frescas a la Virgen.
Libertad de pensamiento
Un mar de cada uno de los libros que, viaje a viaje, les ha descubierto la libertad de pensamiento ante el totalitarismo de las ideas que imponen un cariz unívoco, sin posibilidad alguna de tomar una posición ecléctica hacía los falsos debates ideológicos que se formulan a diario, como, por ejemplo, el del tan acuciante actualidad en torno al denominado por la extrema derecha ‘pin parental’, una falacia que no tiene tanto que ver con la posibilidad de elección de las familias ante la formación moral que reciben sus hijos, sino que pone en jaque y cuestiona uno de los principios básicos de la Escuela Pública, aquel que trata de la diversidad del alumnado en todas sus vertientes tanto cognitivas como psicológicas.
Aunque para selva y mar nos bastan las ‘novelas de dictador’ de Vargas Llosa, subgénero inaugurado por la obra el ‘Señor Presidente’, del guatemalteco Miguel Ángel Asturias en 1946. No obstante, se podría rastrear los orígenes de esta tipología narrativa en la obra de Valle ‘Tirano Banderas’, publicada a mediados de los años 20. Vargas Llosa debutó en esta línea novelesca de la mano de la aclamada ‘Fiesta del Chivo’, cuya reciente adaptación al teatro por parte de Carlos Saura e interpretada por Juan Echanove, deja mucho que desear.
Selva, mucha selva y una pequeña porción de mar Caribe baña su último trabajo, ‘Tiempos recios’, donde se pasa revista al intervencionismo estadounidense durante la Guerra Fría en los países centroamericanos, en concreto a la Guatemala de Asturias, con el fin de frenar una supuesta sovietización de la zona, que ocultaba, detrás de esa intromisión, una persistencia de los privilegios de las compañías encargadas de la producción y distribución de las bananas.
Nuevamente, Vargas Llosa hace gala de su magisterio como narrador con esta obra, que le convierte en uno de los literatos más emblemáticos de finales del siglo XX y principios del siglo XXI, cuando se va cumplir el décimo aniversario de la concesión del Premio Nobel. Último premio que se ha entregado a un escritor en lengua castellana; año en que, justamente, publicó ‘El sueño del celta’, donde realiza una denuncia de las condiciones de los caucheros peruanos en la primera década del siglo XX, unos trabajadores explotados en un régimen de semiesclavitud.
Es realmente destacable la capacidad que tenemos en este país para olvidar y perdonar todo a nuestros muertos, no se puede decir que seamos rencorosos y sí que siempre vemos el vaso medio lleno. He leido que cuando murió este parroco se le hizo un gran homenaje a petición popular que llevo incluso a poner su nombre a una glorieta de Villa de Vallecas. Supongo que los vecinos se acordarian de lo bueno que tuviera e hiciera este hombre porque de su negativa a acoger a los obreros que luchaban por su trabajo y sus derechos en una época donde este tipo de lucha podía tener horribles consecuencias y, de hecho, las tenía, nadie se acordó y, si alguien lo hizo, se le ignoró. Así somos.
D.E.P el buen párroco.