Por Isabel Rangel, enfermera del Centro de Salud José María Llanos
El asunto de la Dependencia se ha convertido en objeto de investigación debido a la creciente necesidad de cuidados y al déficit de cuidadores, habitualmente mujeres, que sufre toda Europa. La Ley de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de Dependencia define el cuidado no profesional como “la atención prestada a personas en situación de dependencia en su domicilio, por personas de la familia o de su entorno, no vinculadas a un servicio de atención profesionalizada”.
Varios observatorios llevan trabajando más de 20 años sobre el efecto del género en el cuidado no profesional. Algunas de las conclusiones que se van publicando hacen referencia a la figura emergente del cuidador hombre. Este hallazgo, además de tener un gran alcance histórico y cultural, contribuye a paliar el problema.
Los expertos en la materia dan varias razones como causantes del cambio. Por un lado, el aumento de la esperanza de vida, con el consiguiente incremento de la cronicidad. En segundo lugar, el enriquecimiento de la red social de la mujer ha ocasionado su falta de disponibilidad para proporcionar cuidados. Y otro factor muy relevante ha sido el desempleo masculino a raíz de las recientes crisis económicas, obligando a muchos hombres a asumir tareas que el modelo patriarcal tradicionalmente reservaba a sus esposas, madres, hijas o hermanas.
Una nueva realidad
Por suerte, una nueva realidad se va imponiendo, aunque el camino hacia la consolidación sea lento. Tan lento que la OMS, en su Informe Mundial sobre el envejecimiento destaca que “la atención y el apoyo a los cuidadores […] no es un objetivo prioritario de la acción gubernamental sobre el envejecimiento en ningún país del mundo”. Y es en este punto es dónde se vuelca la Atención Primaria, con las enfermeras a la cabeza. Gracias a nuestra relación terapéutica con los pacientes frágiles y su entorno, podemos instruir, acompañar y dar visibilidad a quien cuida, intentando erradicar los estereotipos de género que tantas desigualdades provocan.
En nuestra zona básica de salud contamos con un nutrido grupo de hombres que, ante situaciones familiares con requerimientos de cuidados por vejez, enfermedades neurodegenerativas, alteraciones motoras o cáncer, asumen el mayor peso de responsabilidad para garantizarlos. Citaré como ejemplo el caso de Dolores y su hijo. Cada mañana, Fernando se divide para gestionar toda la atención que necesita su madre (higiene, alimentación, visitas médicas…) y lo compatibiliza con su actividad laboral.
Entendemos que prestar asistencia a un familiar, sin caer en la sobreprotección ni descuidar la propia salud física y mental, es una labor que debe ser elogiada por su dificultad y por el nivel tan elevado de sobrecarga que soporta, independientemente de quién la desempeñe.
Además, nuestro refuerzo a la hora de equilibrar el reparto de cuidados y nuestro asesoramiento sobre recursos institucionales o asociaciones de pacientes pueden servir de gran ayuda.