Si nos hicieran esta pregunta al salir del médico, al volver a casa después de un día agotador en el
trabajo, antes de acostarnos, cuando vemos las noticias en la televisión… muy probablemente sabríamos qué contestar. Pero ¿y si nos hicieran esta pregunta en la puerta de nuestro colegio electoral cuando entramos a votar?
Este sistema electoral es una hipocresía, una farsa. Por si ya no fuera suficientemente malo, en enero de este año modificaron la ley exigiendo a todos los partidos que no tuvieran representación parlamentaria, conseguir avales de un uno por mil de la cantidad de electores de la circunscripción. Con ello se ha reducido a la mitad el número de candidaturas presentadas por los partidos pequeños.
A estas alturas de la película sabemos que a penas nada decisivo va a cambiar después del 20N. Donde
ahora están unos, mañana estarán otros pero… ya sabemos que quienes mandan no son ellos, sino otros, que nunca saldrán elegidos por los ciudadanos en una jornada electoral. También muchos saben —y otros intuyen— que nada va a cambiar si no es desde la gente, desde la calle. Entonces ¿por qué no le damos un objetivo más a estas elecciones? ¡Utilicémoslas cada uno para expresar lo que sentimos!
Preguntémonos qué sentimos. Informémonos sobre las diferentes opciones de voto (abstención, voto nulo, voto en blanco, voto a partidos pequeños, voto a partidos grandes…) y así poder ver cual de ellas
refleja mejor nuestro sentir. Demos un paso más, seamos decididos, hagamos nuestra particular “campaña electoral”: comuniquemos nuestro sentir y opción de voto a nuestra gente. Muy probablemente veremos que ya no son sólo sentimientos personales, sino sociales.
Un sentir que se va convirtiendo en clamor. Desde aquí queremos lanzar dos deseos: que tu voto exprese lo que sientes, y que conectes tu corazón con el de tu vecino.
Un gran texto y toda la razon para quien lo escribió.