Por Ignacio Marín (@ij_marin)
Habría escrito estas líneas igual, porque le admiraba y le quería. Pero me pidió escribirlas, me pidió denunciar la situación que le tocó vivir, la situación que presenciamos todos los que estuvimos a su lado.
Pero empezaré desde el principio. Fue un hombre bueno que se marchó demasiado pronto, como siempre se marchan demasiado pronto los hombres buenos. Formaba parte de una de las tantas oleadas de migrantes que llevan levantando esta ciudad desde hace siglos. Creció en Puente de Vallecas, en el barrio de San Diego, lo cual le forjó un carácter y una manera de ver la vida que nunca le abandonaría.
Curró muy duro y desde muy joven. Formó su familia y su hogar en Alcalá de Henares en una época en la que la ciudad complutense era el motor industrial de nuestra comunidad. Fue perseverante y logró, en aquella España en la que se aprendía un oficio desempeñándolo, el privilegio de amar lo que hacía. Vivió su jubilación con humildad y generosidad, como vivió toda su vida. Su tiempo lo dedicaba a esas cosas sencillas que le apasionaban: su hogar, su pueblo y su barrio de siempre.
Nunca olvidó Vallecas. No hubiera sido posible que lo hiciera. Llevaba su gente, sus calles, en lo más profundo de su ser. Las recorría cada semana, cada vez que podía. Sus mercadillos, sus bares. Entrevías, Palomeras, Martínez de la Riva, Carlos Martín Álvarez, Imagen, Peña de la miel. Todos esos rincones que permanecieron imperturbables desde que era pequeño o aquellos que fueron atropellados por el devenir de los años. Los amaba por igual. Sería feliz sabiendo que estas líneas están impresas en el periódico de su barrio, leídas por sus vecinos de siempre.
La enfermedad le sorprendió disfrutando del otoño de su vida. Y más lo hizo comprobar el estado de la sanidad pública, increíble para alguien que rara vez visitaba al médico. Desde el centro de atención primaria hasta el Hospital Universitario Príncipe de Asturias de Alcalá de Henares. Un caos, consecuencia de la escasez de recursos, de materiales, de personal. Carencias organizativas, UCIs en obras desde la pandemia, demoras interminables. Lo único que le alivió en ese periplo fue el calor del personal sanitario, de las enfermeras que tanto le querían. Tal y como me pidió, aquí está su experiencia, negro sobre blanco.
Se marchó, pero dejó una huella indeleble en nosotros. Sin sus historias, sin sus vivencias y sin sus consejos, no hubiera sido capaz de escribir mi primera novela, ambientada en el Vallecas que tanto conocía. Sin él, no hubiera sido capaz de amar su barrio, que ya es el mío.
Estamos compuestos por la gente que ha pasado por nuestra vida. Algunos, de manera fugaz, prescindible. Otros, nos marcan para siempre con su ejemplo. Esa es la gente de la que merece la pena rodearse, que merece la pena recordar. Se marchó, pero su carácter, su sencillez, su honestidad, vivirá en nosotros, nos acompañará siempre. Realmente, somos lo que fueron. Somos los que se fueron.