Por Amelia Amezcua y Concha Párraga, enfermeras de Familia CS Campo de la Paloma
17 años. Motivo de consulta “sospecha de embarazo”. No nos conocemos, así que inicio la consulta con una breve presentación e invitándola a hacer lo mismo, antes de abordar directamente el motivo que la ha traído hasta aquí y cómo se encuentra. Me cuenta que se ha hecho un test de embarazo de la farmacia, dando positivo, y le planteo repetir el test aquí.
Test positivo. Comienzo a hacerle preguntas para realizar una valoración de su estado de salud: fecha de la última regla, menarquía, ciclo menstrual, uso de anticonceptivos etc. Responde con fluidez y muestra conocimientos sobre menstruación, ovulación etc.
Pregunto sobre su embarazo. ¿Es deseado? ¿fue una relación sexual consentida? ¿red social de apoyo? ¿qué planes tiene? ¿desea ser madre, continuar con el embarazo? Me va respondiendo con mucha menos fluidez y muy sorprendida. ¿Por qué me haces estas preguntas? -me dice.
Silencio. Dejo de teclear en el ordenador y me pregunto por qué ese extrañamiento.
Sus respuestas siguen siendo meditadas, no es que haya indicios de abuso ni ninguna revelación de agresión. Su sorpresa es que yo esté abordando y recogiendo datos no biológicos o clínicos, más allá de la fecha de la última regla.
Le explico por qué esta valoración es necesaria para abordar posibles riesgos para su salud y para gestionar la nueva situación vital. Detecto que continúa incomoda. Le comento que más allá de confirmar el embarazo haciendo el test y de gestionar la continuidad de cuidados a través otros profesionales como la matrona o el ginecólogo, la consulta de enfermería es un espacio para acompañar a las personas en los desafíos de salud a lo largo de la vida, y que, para ello, necesitamos conocer no solo su peso, sus nauseas o si hay hemorragia, sino también todos estos factores que condicionarán una gestión eficaz, consciente e informada de su salud.
Calma. Baja la guardia. Le comento que quizá ella no lo ve pertinente en su caso, pero que no siempre es así y quizá haya otras mujeres que sí necesiten que les hagan esas preguntas.
Omitir estas preguntas, es cerrar una puerta a la reflexión y a la toma de conciencia. Es negar la posibilidad de expresar cómo se sienten y de brindar los apoyos necesarios.
Omitir esta valoración es exponer a muchos riesgos a la salud.
Sigue sorprendida. Nunca lo había pensado así. No pensó que en los “servicios médicos” le fueran a preguntar sobre estos temas a nadie. ¿A nadie?
En mí salta una alarma. ¿Preguntamos a todas las mujeres con sospecha de embarazo sobre todas estas cuestiones? ¿o presuponemos que, si es una adulta, con estudios, con pareja estable… podemos obviarlo?
Si omitimos esta valoración integral ¿no estamos cerrando la posibilidad de que expresen estos riesgos que las exponen a mayores vulnerabilidades? ¿deberían de ser “datos de obligada cumplimentación” para no hacerlos invisibles, para no convertirlos en esos “puntos ciegos” de la atención sanitaria?
Inercias y sesgos
En nuestras inercias profesionales llevamos incorporados muchos sesgos fruto de un ejercicio profesional centrado en la enfermedad y el paradigma bio-médico. Y aunque hay suficientes evidencias sobre los efectos “evitables” de los determinantes sociales de la salud, aún hoy nos cuesta abordarlos e integrarlos en nuestra valoración. Los pacientes se extrañan si cuando acuden a nuestras consultas no les pesamos o tomamos la tensión. Pero la recogida de estos otros datos biográficos, de su historia de vida, no generan ningún reclamo, porque no son percibidos como condicionantes ni determinantes de su salud. Son puntos ciegos tanto para el ejercicio profesional como para el paciente, y, sin embargo, son grandes generadores de discapacidad, dependencia, pérdida de bienestar y de calidad de vida.
Pongamos el foco en esos puntos ciegos. Hagámoslo todos, profesionales y pacientes.
Hagamos de las consultas ese espacio para la reflexión, para señalar más preguntas y abrir nuevas vías de pensamiento-acción desde la salud comunitaria.