Por Ignacio Marín (@ij_marin)
Existen personajes especialmente peligrosos. Para ellos y para los que les rodean. Personajes que han ido gestando durante años en su interior un formidable odio, provocado por complejos y rencores, a veces indeterminados, a veces demasiado obvios. Y el problema que tiene el odio es que devora, fagotiza la empatía y el respeto por el resto de seres humanos. Con el más mínimo poder, tratarán de escalar posiciones destruyendo a sus rivales, machacando a los que tengan por debajo y ofreciendo siempre la mejor de sus sonrisas, muestra también de la psicopatía a la que lleva el enquistamiento del odio. Lo más preocupante es que, en esta sociedad que fomenta la competición y el individualismo, puedan incluso llegar a caer bien, a ser admirados. Definitivamente, ha ganado el rencor, es la victoria del odio.
Estos personajes son especialmente peligrosos cuando el poder que alcanzan es tan elevado como dirigir una región como la Comunidad de Madrid. Aunque su único mérito haya sido producir una cantidad de bilis inconmensurable contra todo lo que conteste su ideología egoísta. No olvidemos que ha logrado esa parcela de poder, gracias al apoyo o a la omisión de buena parte de los madrileños. Se conoce que le hemos cogido gusto al sabor de esa bilis y ya no hay tropelía ni escándalo que nos importe.
El último episodio parece recurrente en su entorno, que estafa al fisco y se aprovecha del erario público con sospechosa facilidad. Su pareja ha defraudado más de 350.000 euros a Hacienda y trataba de llegar a un acuerdo para salir indemne, mientras ella asegura que se trata de una persecución orquestada por sus enemigos y mandaba a su jefe de gabinete a amenazar a los periodistas que desvelaron el asunto. En un segundo se desbarató la estrategia de su partido, centrada en las chorizadas de Ábalos y del macarra de su amigo Koldo. La política se vuelve especialmente ponzoñosa cuando se basa en señalar la corrupción del otro y obviar la propia. Y mientras, nosotros, preocupados en que nos salga a pagar 30 euros en la declaración de la Renta.
Pero la infamia es ya insuperable cuando hablamos de vidas humanas. Es ese desmantelamiento de la empatía que conlleva la victoria del odio. Y el desprecio a la vida durante la pandemia ha sido el episodio más flagrante. El reciente informe presentado por la Comisión Ciudadana por la Verdad en las Residencias de Madrid, formada por familiares y profesionales sanitarios, revela una gestión profundamente deficiente por parte del Gobierno regional que provocó la muerte de más de 4.000 personas. En concreto, se señala a la Comunidad de Madrid por limitar las derivaciones hospitalarias y no medicalizar adecuadamente los centros de mayores.
El Gobierno regional no solo se negó a participar en la investigación, sino que también desprestigió el trabajo de la comisión, tachándolo de político y oportunista. El mismo rasero que utilizan contra las víctimas de la Dictadura o del 11M, una tragedia, por cierto, de la que se ha cumplido recientemente 20 años y sobre la que siguen alardeando y alimentando la labor de intoxicación que perpetraron.
En cada decisión, en cada nueva declaración, nos dejan claros los intereses por los que se mueven estos personajes. Incrementar su beneficio propio siempre conlleva empobrecer y destrozar la vida de los demás. Es el juego de la soga-tira que siempre arrastra a los mismos. Y parece que preferimos mirar a otro lado ante tantos latrocinios y abusos. Pero lo único bueno que tiene esta victoria del odio, es que solo nosotros podemos convertirla en una derrota. En nuestra mano está cortar esa soga que solo nos provoca más y más dolor.
Pero la infamia es ya insuperable cuando hablamos de vidas humanas. Y el desprecio a la vida durante la pandemia ha sido el episodio más flagrante