Por Azahara, de la Asociación Somos Palomeras
Eran días de incertidumbre, de sobreinformación e incredulidad, de impaciencia por saber qué nos depararía esta pandemia y al mismo tiempo, una verbena de sentimientos acumulados en nuestras vidas.
La declaración del Estado de Alarma cayó, al menos en mi caso, como un jarro de agua helada y el afán por sentirme útil hizo que colgase mi número de teléfono en el portal para ayudar en lo que surgiera. Tras varios días sin noticia alguna, llegó un mensaje donde alguien me explicaba que si quería echar una mano podría sumarme a un grupo de personas que estaba organizándose en el barrio para cubrir las necesidades de las vecinas. La idea sonó interesante y al acceder al grupo de WhatsApp sentí una admiración por ellas enorme. Descubrí que las personas que andaban detrás de todo eran vecinas que se habían organizado en cuestión de días, que su capacidad de reacción ante la pandemia había sido fugaz y que el apoyo mutuo estaba dando resultado con cero recursos y mucho compromiso.
Comencé a realizar mis primeras “misiones” y es que así me sentía yo, una enviada especial que llenaría la nevera de una abuelita del barrio que vivía lejos de su familia. En aquel momento solo tenías un propósito, comprar todos los productos y medicinas de la lista de deseos, aunque aquello implicase esperar largas colas en diferentes establecimientos. Y es que en esos momentos no había nada más bonito que entregar una bolsa de rafia a cambio de una sonrisa.
Tras semanas de encargos, las necesidades cambiaron y de aquella lo verdaderamente prioritario era ayudar a las familias que se quedaron sin ingresos por las circunstancias. Comenzaron a organizarse entregas de cesta de comida muy completas de forma quincenal y para evitar las ya famosas “colas del hambre” nos organizamos para repartir los paquetes por domicilios. Recuerdo esta etapa con mucho cariño porque se estrechó el círculo y tuve la oportunidad de poner caras a las palabras. Por primera vez, las personas que organizaban el grupo y colaboraban en la despensa nos poníamos voz, cuerpo y alma. Así se forjó nuestra gran familia y así estrechamos nuestros lazos tanto en las recogidas de carritos, como en la elaboración y entrega de cestas, en las descargas de productos, en las jornadas de limpieza y por supuesto en nuestras asambleas.
Hoy en día seguimos creciendo y por eso tenemos nuevo nombre, porque ¡estrenamos etapa! Una etapa de reivindicación por nuestros derechos, para que todas tengamos acceso a una sanidad pública, a una vivienda digna y nuestra alimentación cumpla con nuestras necesidades. Y seguiremos aquí, en el barrio, celebrando cientos de aniversarios porque esta tribu será eterna.