La Cañada Real y sus 5.000 coches de lujo

Varios vecinos quitan nieve de sus calles el pasado mes de enero

Por Ignacio Marín (@ij_marin)

A veces nos sorprendemos dándonos de bruces con nosotros mismos. Tropezamos con ideas, con pensamientos que habíamos dejado tirados por nuestra cabeza y que nos cuesta reconocer como propios. Incluso son capaces de correr por nuestra mente y escapar por la boca. Algo peligroso, ya que reflejan lo que realmente pensamos, lo que llevamos dentro. Son nuestra verdad.

A los políticos, esta situación les suele poner en grandes apuros. A José Aniorte, delegado de Familias, Igualdad y Bienestar Social del Ayuntamiento de Madrid, le costaba explicar lo que era una osadía para sus socios en el Consistorio: dar techo a los solicitantes de asilo. Se apresuró a defender que estos migrantes no eran como los demás, no eran “conflictivos”, sino buenos venezolanos que huían del chavismo.

García Albiol torció el gesto cuando la turba de periodistas que se arremolinaban ante él le preguntaba cómo podían vivir hacinadas tantas personas en la nave que ardió en Badalona en diciembre, costándole la vida a tres. No entendía que se necesitaran más motivos para merecer esa situación que los de ser okupa y negro.

  • “Es más sencillo dejarse llevar por la demagogia y por la falacia que entrar a analizar la precariedad y la emergencia social”

También se han visto muchos plumeros en el asunto del mural de Ciudad Lineal. La decisión de eliminar las imágenes de mujeres feministas por contener presuntamente un mensaje político es perversa. La idea fraguada en el seno del ayuntamiento de sustituirlo por deportistas con discapacidad, como si nacer mujer fuese nacer con una minusvalía es, además, miserable. Al final reculó Begoña Villacís, pero solo cuando la prensa internacional volvía a denunciar la connivencia de su partido con la derecha más rancia, una relación que ya solo ellos parecen no ver. Su ocurrencia de incluir en el mural a Margaret Thatcher, que no solo no era feminista, sino ideóloga de la destrucción de todo lo público, frisa ya con el esperpento.

Opinar sobre la Cañada Real tiene el riesgo de hacer aflorar todas las miserias humanas. En ausencia de escrúpulos es más sencillo dejarse llevar por la demagogia y por la falacia que entrar a analizar la precariedad y la emergencia social que se llevan sufriendo allí desde hace demasiados años. No lo hicieron los distintos gobiernos municipales durante décadas como para hacerlo nosotros. Es más fácil defender que sus 5.000 habitantes tienen 5.000 coches de lujo y que se dedican al narcotráfico. Más cómodo pensar eso y no en el deterioro de las ya de por sí paupérrimas condiciones de vida, en la brecha de desigualdad que cada día horadamos y en las soluciones de integración que nadie se ha molestado en diseñar.

Pero parece que estamos de enhorabuena. Ahora que la única manera de poner fin a una injusticia es que la denuncien desde el extranjero, ha llegado al rescate el ‘New York Times’ para alertar de que en las afueras de nuestra ciudad tenemos un campo de refugiados que nada tiene que envidiar a los de Bosnia. Quizás así reaccionen aquellos que tienen revoloteando en sus cabezas ideas de racismo y de aporofobia. Que no las hagan callar si quieren, pero que no las usen para hundir aún más a los que no tuvieron tantas oportunidades como ellos.

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