“Así me encuentro, aterrorizado ante este “castigo divino” provocado por la declaración del estado de alarma que limita la libertad de movimientos”
Por Juan Sin Credo
En estos días de incertidumbre, cuando se imposibilita cualquier proyecto a corto plazo y se resquebrajan los planes de aquel viaje pendiente al Valle de la Alcudia con el propósito de avistar un buen número de rapaces e incluso a la poderosa águila real, me viene a la memoria ese refrán de ‘El miedo guarda la viña’, cuyo significado reside en la eficacia del temor al castigo para impedir actos que atenten contra las normas establecidas.
Así me encuentro, aterrorizado ante este “castigo divino” provocado por la declaración del estado de alarma que limita la libertad de movimientos. Un modelo de gestión más propio de un régimen disciplinar orientado al control de la conducta de los individuos. Todo sea por el triunfo social para la derrota de este enemigo sin armas de guerra, aunque potencialmente letal, sobre todo con la población más vulnerable de nuestros mayores.
Medidas de prevención, contención, precaución. “No salgas, no toques, aléjate al menos un metro”. Cadenas de WhatsApp alentándonos para acudir a los balcones en festival de aplausos: a las 19 horas, don Pepito; a las 20, los sanitarios (héroes anónimos abandonados durante años debido a las políticas neoliberales de privatización); a las 21 horas, los antimonárquicos…
Nueva clase social privilegiada
Mientras, los dueños de los perros se erigen en nueva clase social privilegiada, exhibiendo su inaugurada condición al circular con absoluta libertad por las calles. Esta situación ha llegado a tal extremo que la parcela íntima del individuo se ha transformado en una estúpida zarandaja, máxime cuando en Vallecas algunos de nuestros vecinos maltratan a los trabajadores del Mercadona en una lucha indómita por acumular papel higiénico.
Tal vez todo se reduce a una teoría conspiranoica, a una estrategia inherente de las literaturas distópicas. Dice mi gran amigo, el catedrático de Historia, Juan Argelina, que desde el momento en que el telediario es un parte de guerra, altavoz de proclamas bélicas, la distopía se disuelve. “En una sociedad donde nos vigilamos mutuamente y el deseo de ser feliz es una obligación dentro del desastre, cuando la servidumbre se presenta como una liberación y el individuo se exprime a sí mismo como si fuera una necesidad vital, el mundo descrito en 1984 por Orwell ya está aquí”, termina apuntando el profesor Argelina.
Al hilo de esta situación, recuerdo la lectura de la obra escrita por el novelista portugués José Saramago, ‘Ensayo sobre la ceguera’. En esas páginas se narran las consecuencias de una epidemia de ceguera como peste bíblica que modifica la conducta de los individuos, convirtiéndoles en auténticos monstruos despiadados. Visión apocalíptica que se desvanece con la esperanza de no solo mirar los pájaros a través la ventana, sino de visitarlos en plena libertad de vuelo por el Valle de la Alcudia y por los campos abiertos de Vallecas.