Por Elena Moratalla, voluntaria de la ONG Grandes Amigos
María lleva desde primeros de marzo encerrada en su habitación de la residencia donde vive. Cinco meses limitada a su habitación de 7 metros cuadrados. A los dos meses, pudo comenzar a salir por una galería a una terraza, una hora el día. Desayunar, comer, cenar todo dentro de su habitación. A los cuatro meses pudo bajar a hacer algo de gimnasia y recibir una visita semanal, siempre de la misma persona. Y ella me dice que es privilegiada porque no es muy mayor, no tiene muchos dolores y, sobre todo, tiene bien la cabeza. Pero, ¿y sus compañeras, esas otras personas mayores con Alzheimer, con deterioro cognitivo, que no entienden la razón, el porqué de este cautiverio?. María tiene una amiga que se llama también María, la cual se escapa de su habitación y se acerca a su puerta, pidiéndole algo, lo que sea para poder salir de este mundo ya, aunque sea un empujoncito, le dice. No sabe lo que ha hecho mal para merecer este castigo. María no puede darle nada, ni abrazarla siquiera, solo consolarla a distancia y pedirle que se vaya de nuevo a su habitación, para que no la regañen las auxiliares.
Éste es un pequeño ejemplo de lo que están viviendo nuestros mayores en la residencia que tenemos al lado de nuestra casa, en casi todas las residencias de España. Una realidad de la que no se habla. A la que no se mira cuando se sale de juerga, de fiesta, de reencuentro sin mascarilla y sin cuidado.
“Una excursión obligatoria- sugiere María- a todos aquellos que no son responsables e ignoran el peligro. Que vengan a nuestras residencias a darse un paseo para conocer lo que está ocurriendo, como estamos sobreviviendo ahora en el mejor momento de la pandemia y el temor que tenemos a no poder salir nunca de nuestros dormitorios y mucho menos a la calle, a que nos dé ese aire que ya tenemos olvidado”.
“El sol por los cristales- me dice María- de 3 a 4 me siento en la pared donde me visita a recibirle. Y ahora, encima, nos acaban de decir que se restringen las salidas a la terraza”.
Elena forma parte del colectivo Poekas y, desde que comenzó la pandemia, dedica parte de su tiempo a llamar por teléfono a los mayores que no han sufrido el virus y se encuentran aislados y solos para, aunque solo sea por la voz, transmitirles cariño y compañía en la distancia.