ROBERTO BLANCO TOMÁS.
Fernando Figueroa es doctor en Historia del Arte y, según confesión propia, desde 1995 le interesa el grafiti como fenómeno sociocultural, tema del que este oriundo de Entrevías es uno de los principales expertos en nuestro país. Acaba de publicar en la editorial vallecana Minobitia el libro El grafiti de firma, que nos ha servido de excusa para mantener una interesante conversación por las calles de Vallecas, mientras realizábamos un “safari” a la busca de estas interesantes manifestaciones de arte urbano.
¿Qué encontraremos en El grafiti de firma?
En este libro intento hacer un ensayo, con la libertad que da este género pero manteniendo el rigor académico, mostrando cuál ha sido el uso a lo largo de la historia del leitmotiv del grafiti, que es la firma. A través de ese análisis, vamos viendo cómo los diferentes modelos sociales han transformado dicho uso. Para mí es fundamental entender que el grafiti es una escritura marginal que se crea desde el momento en que existe una civilización, un contexto urbano. Antes de eso no se puede hablar con propiedad de que exista un grafiti. Hay quien lo vincula a la pintura rupestre, pero considero tal vinculación como una recreación mítica para prestigiar a una tradición actual.
Definamos conceptos: ¿qué es un grafiti?
Cuando se crea la civilización, es el momento en que se articulan toda una serie de normas y regulaciones sociales. Entre ellas están las relativas a la escritura y a la representación gráfica. En este sentido, es entonces cuando se establece qué texto se puede escribir, dónde, cómo, quién lo puede hacer, de qué manera se tienen que componer las letras… El grafiti es todo lo contrario: lo que sale fuera de esa norma. Es anticanónico, su escritura no tiene por qué ser la normativizada, los temas son sobre todo los tabúes que no se pueden incluir en los textos oficiales… Se refleja el pensamiento cotidiano, algo que no tiene por qué trascender en la “alta cultura”… Ésa es la raíz del grafiti actual: esa escritura que se vincula con lo callejero, con el espacio público, etc.
¿Y a nivel técnico?
Ahí está también otra cuestión: necesariamente no tiene por qué ser el material “oficialmente” hecho para escribir, pero sí que se ve que a lo largo de la historia es siempre un instrumento típico de su época. Me explico: el grafiti romano, evidentemente, era inciso, ya que la forma habitual de escribir era con un stilus (hecho con hueso) o con un graphium (hecho con metal), se hacía sobre cera, etc. Entonces, en la pared también se “pintaba” así: se rayaba. En el siglo XIX-XX, el material evidente que usaban los chavales eran los carbones, las tizas, los yesos… Cuando aparece el spray, se apropia el uso popular de este utensilio y del rotulador, lo que tendrá como consecuencia el boom de esta práctica. Dicho boom es comprensible, porque como además se trabaja con una tensión furtiva, si tienes en el mismo instrumento el aplicador y el depósito de pintura, éste resulta mucho más práctico, más rápido y más discreto.
Eres de Entrevías… ¿Cómo ha influido eso en tu interés por esta forma artística?
Te lo hace más accesible, ya que es un fenómeno que aparece muy en las periferias. Hay ahí un punto también de familiaridad con la calle como espacio de uso. Recuerdo de pequeño los murales que había en la época de la Transición, hechos por asociaciones de vecinos, culturales, partidos, sindicatos… Lo veías como algo normal.
Aquí en el barrio, ¿qué sitios recomendarías a alguien que quiera ver grafitis interesantes?
En primer lugar diría que hubo una época más dorada, con más calidad… Hoy en día es más complicado encontrar… Hay en lugares que se mantienen; tienes un ejemplo en la calle Baltasar Santos, en un sitio que se llama “el muro de los alemanes”, que se dejó para que los grafiteros lo usasen en 1998. No está mal, lo que pasa es que lleva un tiempo que no se renueva, y está algo deteriorado. Pero no encontramos mucho de calidad, porque hoy en día, para cosas de más calidad, la gente se va más a zonas del extrarradio, a los polígonos, donde puede hacerlos con menos presión. También tenemos el Recinto Ferial, que es un sitio en el que tradicionalmente puedes encontrar variedad de modelos. Luego, si vas a Entrevías, en el parque puedes encontrar grafitis de los años ochenta y primeros noventa, que no se han eliminado y resulta muy curioso verlos. Lo que sí se ha perdido bastante es el hecho de pintar en espacios comunes, aunque algo queda por San Diego.
¿Hay algún grafiti en el barrio, de los históricos, que te haya llamado especialmente la atención?
Bueno, en su día, en el 96-97, cuando hice la tesis doctoral sobre el grafiti, que centré en mi barrio, me acuerdo de la sorpresa que me ocasionó encontrar un grosor [una firma desarrollada: varios colores, efectos de sombra, etc.] de Muelle en Entrevías, en Ronda del Sur, donde nace El Pozo. Él ya había fallecido, en 1995, y no me esperaba que Muelle hubiera hecho ahí una pieza.
Una vez publicado este libro, ¿tienes ya algún otro proyecto?
Hombre, el tema del grafiti no lo voy a dejar, pero sí quiero descansar un poquito. Este libro ha tenido su esfuerzo, y también está el otro libro sobre el mismo tema que he publicado este año, Firmas, muros y botes, que ha sido un trabajo de tres años. Han sido por lo tanto dos libros, y cada uno ha ayudado un poquito al otro… Pero claro, es “un empacho”, y también tengo otras facetas que quiero desarrollar. Por ejemplo, me interesa también el mundo del teatro, el circo y el clown, todo ello a nivel práctico. Y luego, a nivel teórico, no dejo de tener ideas: por ejemplo, a partir de El grafiti de firma he visto la posibilidad de relacionar el grafiti con el mundo del cine. Ése quizá sea uno de mis próximos proyectos…