Por María Sánchez, estudiante de 3º curso del Grado de Enfermería en el Centro de Salud José María Llanos
La etapa como estudiante de Enfermería se resume en dos períodos claramente diferenciados. El primero supone la toma de contacto con la universidad. Aquí seguimos algo ajenos al mundo adulto, nos sentimos libres e ilusionados por compartir el tiempo con nuestros compañeros de facultad, y acudimos a seminarios, preparamos exámenes y trabajos, tomamos algo juntos…
Luego llegan posiblemente las semanas más intensas del cuatrimestre: las dedicadas a las prácticas. Ahora toca interaccionar en hospitales o centros de salud con personas que doblan tu edad, en años y en formación. La burbuja explota. Te vuelves moral y profesionalmente responsable cuando entras a un servicio y te integran en él, lo que te hace aumentar exponencialmente el aprendizaje. Empiezas a tomar consciencia de cómo será tu futuro laboral desde una perspectiva privilegiada (vamos descubriendo lo que nos gusta hacer y lo que no, pero sin tener que tomar decisiones arriesgadas, de momento).
Lo siguiente es plantearse una pregunta delicada: ¿qué harás cuando termines? Difícil de contestar. La incertidumbre propia de los jóvenes, la pandemia y la pertenencia a un colectivo sanitario complican la respuesta.
Al acabar, se abren varios caminos profesionales. Podemos optar por la Atención Primaria, donde cada día hay decenas de analíticas y otras pruebas de diagnóstico, revisión de informes, bajas laborales, seguimiento de las patologías crónicas, promoción y prevención de hábitos…
Un paciente que necesite ir al centro de salud no debe tardar más de 30 minutos en llegar desde cualquier punto de la zona básica. Por eso es importante disponer de este recurso sanitario cerca. Si precisa desplazamiento al hospital, los tiempos y las distancias son mayores. Por ejemplo, desde El Pozo hasta el Hospital Infanta Leonor tendría que coger un autobús y dos trenes.
Suponiendo que todos tuviesen los medios físicos y económicos para ir, ¿cuántos de ellos se someterían a esas pruebas si tuvieran que desplazarse a kilómetros de su casa? El grado de infradiagnóstico aumentaría y el control de enfermedades crónicas se vería resentido por no disponer de un equipo de profesionales que conozcan nuestro barrio y contexto de vida a la perfección. ¿Se garantizaría el cumplimiento terapéutico y los autocuidados tras un ingreso? La respuesta es “no”.
Envejecimiento de la población
Además, el envejecimiento de la población es más que evidente. Tenemos más de un 20% del total del país que supera los 65 años. Muchos se benefician de visitas a domicilio para la prestación de cuidados.
Para garantizar estas prestaciones con calidad, la atención en el ámbito comunitario se debería reforzar, animando a los profesionales a continuar obteniendo logros y dotándonos de más medios humanos y materiales. Porque… todos conocemos la labor de los sanitarios, pero, ¿les preguntamos por lo que están pasando?
De nuevo, incertidumbre y miedo por no estar a la altura de la situación que nos espera.