Por Ignacio Marín (@ij_marin)
Desde hace algunos meses, y con especial virulencia durante la campaña electoral, se ha estado enarbolando una suerte de nacionalismo madrileño que no acabo de entender, a pesar de haber nacido y vivido desde entonces en esta ciudad. Ayuso, nuestra Sabino Arana particular, ha esbozado algunos de estos principios diferenciales que tan bien le han rentado en las urnas. Para no ser señalado como un traidor, he intentado aprendérmelos.
A la madrileña, que hasta el momento pensaba que era una manera de cocinar los callos, parece hacer referencia principalmente a nuestra particular pasión a tomar cervezas después del trabajo. Como si los confinamientos perimetrales hubieran hecho olvidar a la madre de nuestra patria que a la gente le gusta tomar cervezas después de trabajar en casi todos los rincones del mundo. La arrogancia de creernos los únicos sí puede ser una de nuestras señas de identidad y, desde luego, no es para sentirnos orgullosos.
Otro de los postulados de nuestra libertadora es ese espíritu insurreccional contra las medidas restrictivas, aunque cuenten con el apoyo de la mayoría del Parlamento, las autonomías y la comunidad científica. Todos ellos puestos de acuerdo para que el madrileño no pueda hacer lo que quiera en plena pandemia. El madrileño y cualquiera que escape de férreas dictaduras como Francia, claro.
Al buen capitalino tampoco le gusta pagar impuestos. ¿Quiénes se han creído que son los soviéticos del FMI o del Banco Mundial para sugerir un sistema tributario más redistributivo? Especialmente en tiempos de crisis es cuando hay que ser más solidarios con los que más tienen. Los escandinavos están amargados. Donde esté una buena tapa de bravas que se quite la red de atención primaria.
- “En Vallecas he aprendido el poder que tiene un barrio cuando se une y lucha por sus derechos y en contra de las injusticias”
Uno de los primeros principios del movimiento nacional puesto en marcha por nuestra Atatürk de Chamberí fue el amor por los atascos. La pérfida Carmena trató de imponernos unas restricciones al tráfico que ha logrado desmontar el dialogante Almeida. Ningún bolchevique nos puede quitar nuestro derecho de subir la Gran Vía quemando 12 litros de gasolina a los 100. Al fin y al cabo, el enfisema pulmonar es tan castizo como el chotis o el bocata de calamares.
Tras meditarlo, me confieso carente de ese sentir madrileño. Hasta sospecho que se trata de un ardid para continuar desmantelando el estado del bienestar, beneficiar a grandes empresas y fortunas, y mantener la guerra con el Gobierno central.
Me he criado en una ciudad inclusiva, generosa y solidaria, muy alejada del egoísmo y el individualismo que nos quieren imponer. Una ciudad que ha combatido el racismo y la homofobia, siendo ejemplo de tolerancia en todo el mundo. Un oasis de libertades y no una sala de fiestas en mitad de la desgracia.
En Vallecas he aprendido el poder que tiene un barrio cuando se une y lucha por sus derechos y en contra de las injusticias. Un barrio que combate el odio y que defiende lo público frente a los que priorizan el negocio a las personas. Un barrio, en definitiva, del que sentirse orgulloso. Lo siento por Ayuso y su manera de vivir a la madrileña. Me declaro barrionalista.