Por Antonio Osuna
Ya era hora. Después de todo lo que hemos pasado, por fin, los cierres vuelven a estar echados y esta vez por un buen motivo: “cerrado por vacaciones”. Qué alegría poder leer eso.
Este verano ha sido uno de los mejores que recuerdo. Tal vez no haya sido el mejor ni de lejos, incluso puede que no esté ni siquiera entre los diez mejores de mi vida. Pero las ansias por salir, viajar y poder respirar libres han compensado todo lo demás. Y si no es el mejor de todos, sí es el que más esperé en mi vida adulta.
Los días que pasé en Madrid antes y después de mi asueto fueron un cúmulo de circunstancias. Por un lado, acalorado, como todos. Y queriendo ir a más de un sitio donde me encontré con la fotografía que dar color a este texto. Y esa sensación de “abandono” supuso a la vez una sensación de alegría al saber que estábamos volviendo a la felicidad que tanto ansiábamos.
Durante mucho tiempo la incertidumbre parecía que se cernía sobre nosotros de nuevo. El rumor constante de… (ya no sé qué ola más) parecía retrasar la libertad soñada, pero no olvidemos que somos quienes somos. Y de cualquier situación conseguimos sacar una sonrisa o una buena historia al menos.
Jamás pensé que ver cerrada una tienda a la que quería entrar me causase esa alegría y es que así funciona el mundo: las alegrías más importantes son las alegrías que se comparten. No me importa caminar unos minutos más para tomar ese café o para poder comprar cualquier cosa que no pueda esperar a la vuelta de los días. Todos merecíamos una tregua y ya llegó, y qué mejor forma de celebrarlo que respirando como nos merecemos.
Lo único que espero es que al pasar el verano ese cierre vuelva a levantarse, pues sé, qué más de uno tal vez no lo haga. La pandemia causó cambios radicales en nuestro día a día. Pero ojalá que no tan radicales o, al menos, eso espero. Hasta entonces, yo también echaré el cierre unos días para disfrutar del descanso deseado.