Por Mariano Asenjo
Vallecas no es Bosnia en guerra, pero a veces lo parece. Me explico. Cuenta el gran escritor Arturo Pérez Reverte en ‘Territorio Comanche’: “El suelo de las guerras está siempre cubierto de cristales rotos. Territorio comanche es allí donde los oyes crujir bajo tus botas…” Y es que frecuentemente a nuestro paso por alguna zona del distrito donde hay dispuestos contendores de basura nos encontramos con cristales, a veces de gran tamaño, que alguien después de una chapuza casera o a resultas de una mala práctica empresarial los ha dejado ahí, en medio de la calle, con el riesgo que conlleva para el resto de ciudadanas y ciudadanos.
Ya sé que los cristales son solo uno de los enseres de variada tipología que nos podemos encontrar como testimonio de una conducta incívica e irracional. Así: colchones, sillones, tresillos, todo tipo de muebles, etc… de pronto se nos aparecen como recuerdo de una noche de zafarrancho. Supongo que las razones que pudieran ofrecernos sus antiguos propietarios serían muy variadas, “no tengo furgoneta”, “me corría prisa”, ”¿eso del punto limpio es un anuncio de detergente o una cadena de locales autolavado?”, “otros lo hacen y yo no voy a ser menos”, en fin, podemos echar imaginación al asunto y nos quedaríamos cortos con la traza de las posibles respuestas.
Pero a mí personalmente lo que más me inquieta es la presencia de los cristales, quizá por haber leído a Reverte o haber visto ‘Cristal oscuro’…, ¡a saber!. Igual soy un bicho raro, pero los cristales me trasladan la sensación de un peligro azulado y frío, inminente e inasible, ¿por dónde se coge un cristal roto? Supongo que se habrán producido no pocos accidentes entre peatones o trabajadores de la limpieza viaria. ¿Quiénes dejan estos restos en la calle han pensado en el daño que pueden ocasionar?.
Responsables irresponsables
Muchas de estas personas que practican el abandono de cristales en la calle seguro que tienen hijos pequeños a los que advertirán como padres responsables de los peligros que conlleva desplazarse sin prestar la debida atención a lo que nos rodea. ¡Y a qué dudarlo, serán gente de bien, pero a su manera! Podríamos calificar este patrón de comportamiento como el del ‘ciudadano Jekyll y Hyde’, o sea que es consciente del peligro que comportan sus actos, pero no es capaz de interpretarlo en toda su dimensión, y ofrece dos caras. ¿Por qué? Sin ser psicólogo ni sociólogo, hemos de suponer que en ciertas mentalidades no se concede importancia al valor del espacio público. Estas personas no se sienten concernidas por lo que ya en el medievo se entendía por ‘el común’. A su bola, actúan como personajes de un territorio comanche.
¿Qué se puede hacer más allá de la educación, que siempre es un concepto tan necesario como difuso y escapista? Mucho me temo que lo más operativo sería, primero avisar y después aplicar las ordenanzas municipales, incluido el apartado de sanciones. Para ello lo poderes públicos deberían utilizar la tecnología hasta allí donde la ley lo permita, ya que no es posible escoltar a cada ciudadano con un policía o un barrendero. Una carta recordatoria a los posibles negocios afectados tampoco sobraría y sé por qué lo digo… En definitiva, se trata de evitar que el deterioro campe a sus anchas y, de paso, situar un espejito mágico ante la mirada de quienes siembran de cristales el suelo por donde pisamos.