Por Juan Sin Credo
Desmoronándose poco a poco desde su cierre, hace ya un par de años, la piqueta demolió ese vestigio del comercio familiar, ya de por sí exangüe, que irremediablemente se extingue sin apenas compasión por parte del vecindario. A nadie le importa un bledo la desaparición del Ultramarinos Viuda de Carlos Díez, que se abrió en 1881, en la Avenida de la Albufera 8, esquina con la calle de Melquiades Biencinto, gran hacendado decimonónico del pueblo vallecano, del que terminó siendo alcalde en el umbral de la nueva centuria.
Esta casa representativa y singular de la arquitectura popular vallecana, con balcones de forja y tejado de teja árabe, aparece citada en ‘El Diario Oficial de Avisos de Madrid’, el 20 de septiembre del mismo año de su apertura, anunciando, con gran pompa y denuedo, vinos, aguardientes y espíritus traídos, expresamente, desde su propia bodega, originaria de Villarrobledo.
Poco más de apenas un puñado de comentarios nostálgicos en las redes sociales, acerca de la resistencia y conservación de este patrimonio arquitectónico, quedará en el recuerdo de unos vallecanos acostumbrados a la asepsia, abundancia y pragmatismo del Gran Centro Comercial. Me viene a la memoria la melodía de la canción ‘Tanguillos chicucos’ de Javier Rubial, perteneciente al álbum ‘Melodías de Ultramar’ de los burgaleses Fetén-Fetén en la que se recogen los siguientes versos, repletos de ese singular gracejo gaditano: “y el colmao que era un ateneo y daba vida a la población se murió porque justo al lao de mi tiendita modesta se instaló un supermercao y ahí se acabó la fiesta”.
Así es la modernidad. Vallecas se proyecta, en su confluencia con la Avenida de Ciudad de Barcelona, como una prolongación del negocio inmobiliario ante el supuesto soterramiento del ‘scalextric’ de la M-30. Poco a poco desaparecerán ultramarinos, librerías, boutiques, mercerías y demás comercios de proximidad en competencia desleal contra la globalización de las franquicias que ofrecen un producto estandarizado y uniforme. Atrás quedará esa época dorada del trato personalizado al parroquiano frente a la premisa de la conquista de un frenético ritmo vital, cuyo acomodo se aloja dentro una burbuja de aislamiento con plataforma audiovisual a solo 4,95 desde el primer mes en un único dispositivo. La recompensa a esa pérdida de status consistirá en obtener, como primer premio, el ascenso a la categoría de cliente, condenado a una insufrible espera al ponerse en contacto con el Departamento de Atención al Consumidor.
Pérdida irreparable
Aunque para pérdida irreparable la que hemos sufrido la legión de lectores que seguíamos muy de cerca la serie de los Episodios de una Guerra Interminable. La muerte de Almudena Grandes deja un vacío insuperable en el imaginario de toda una generación de admiradores de esa monumental empresa narrativa presente en todas las bibliotecas de la Gran Vallecas.
Todavía lamento, a principio de esta pandemia interminable, la cancelación de la presentación de su último episodio ‘La madre de Frankenstein’, -novela donde, por cierto, se menciona Vallecas-, que se iba a llevar a cabo en el Centro Cultural Paco Rabal, gracias a la tenacidad de la librería Muga. Ausencias del año 2021 que permanecerán como el tarareo de un acorde de una vieja canción, en la textura rugosa al tacto de esas hermosas legumbres castellanas, especialidad de la casa del Ultramarinos Viuda de Carlos Díez.