Vallecas lee en sus bibliotecas: Poco que celebrar frente a un muro si no se trepa mediante libros

JUAN SIN CREDO

Existe un eje metropolitano que vertebra la Gran Vallecas de principio a fin; una columna suburbana de vías, andenes y vagones para el transporte de la vecindad vallecana desde 1923, fecha de la inauguración de la primera estación de Puente de Vallecas. No sería hasta el año 2007 cuando la línea 1 alargó sus tentáculos de hierro hasta las cocheras de Valdecarros, última parada y frontera de la Gran Vallecas. Aunque hoy en día la serpiente azul celeste repta crepitando túneles y vestíbulos de toda la vallecanía, durante este 3 de marzo se cumplirá el vigésimo aniversario desde que Metro de Madrid llegara al distrito de Villa de Vallecas, dejando de ser Miguel Hernández la estación terminal.

El viajero que baja en esta estación se encuentra varios versos del poeta oriolano, muy vinculado estéticamente a la Poética de la Escuela de Vallecas, e incluso uno de sus precursores, el escultor Alberto Sánchez, le cita en sus paseos por los caminos vallecanos en busca de inspiración. Tales versos nos evocan un destino fundamental para la generación del “baby-boom” de la década de los 70, provocado porla incesante inmigración interior desde los campos de Castilla, que disparó el aumento de población entre el perímetro que comprende las calles de Pedro Laborde, Sierra Salvada y Buenos Aires.

Todos estos niños, a medida que fueron creciendo en su edad escolar, recibieron como un soplo de aire fresco la inauguración, en 1995, de la edificación futurista, conocida como la nave espacial (repleta de sueños en cada uno de sus libros), que venía a paliar la falta de espacios en la zona dedicados al estudio. La biblioteca de Miguel Hernández subsanó esta necesidad con el servicio de apertura extraordinaria durante la época de exámenes. Según testimonio de algunas de sus usuarias, se tenía que coger número para disponer de un puesto de lectura y si este era abandonado durante un tiempo más allá del prudencial de ida y vuelta al baño, se te retiraban las pertenencias perdiendo el lugar asignado.

¡Cuántas veces habré ascendido sus rampas cimbreantes hacia los mostradores del préstamo con la ilusión de encontrar lo inesperado! Tanto talleres infantiles —como el ofrecido este verano por la compañía Primigeniuscon el nombre de ‘Pasen y vean’, relacionado con el mundo del circo o clubs de lectura; el último denominado ‘Leer teatro clásico’, que desde diciembre ha propuesto la lectura de obras teatrales, del Siglo de Oro español, ofreciendo la oportunidad de acercarse a textos clásicos representados en el Teatro de la Comedia, como ‘El castigo sin venganza’, de Lope de Vega o ‘El desdén con el desdén’ de Agustín Moreto.

Por supuesto, como no podía ser de otra manera, todas estas actividades se ven complementadas por libros, multitud de libros, estanterías repletas de libros. Entre otros ‘Las crónicas mestizas’ de José María Merino, una edición conjunta de su trilogía americana compuesta por ‘El oro de los sueños’, ‘La tierra del tiempo perdido’ y ‘Las lágrimas del sol’. Su personaje principal, Miguel Villacé Yolotl, hijo de uno de los compañeros de Hernán Cortés y de una india mexicana, narra las aventuras de la conquista con una visión crítica sobre los métodos empleados por parte de los europeos ávidos de tesoros y de tierras fabulosas. Quinientos años después de la llegada de Cortes a Tenochtitlán poco hay que celebrar, excepto un libro del mexicano Juan Pablo Villalobos titulado ‘Yo tuve un sueño’ que desgranada el desgarrador testimonio del viaje de nueve niños centroamericanos a Estados Unidos en el momento que Donald Trump, flamante candidato al Nobel de la Paz, declara la emergencia nacional para costear el infame muro de la aporofobia entre México y Estados Unidos.

                Cita de Miguel Hernández en la biblioteca junto a los dos libros elegidos: ‘Yo tuve un sueño’ y ‘Las crónicas mestizas’.

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