Por Pedro Lorenzo
Pacífico, un hombre del campo, se encuentra en la penitenciaría de un centro de reclusión por haber cometido un asesinato, a pesar de que es una persona no violenta. Su nombre no le hace justicia ni su carácter tampoco, a pesar de su bondad.
La novela de Miguel Delibes publicada en 1975 define como siempre perfectamente a sus personajes, con un lenguaje rico y atávico de la Castilla profunda, que retrata como nadie. Esta obra, ahora repuesta, estuvo el pasado año durante dos meses en el mismo teatro con llenos diarios y una crítica inmejorable.
Es éste un alegato pacifista y contra las guerras que han sido contadas a lo largo de los siglos por las familias, el bisa, el abu, el padre, en todas las casas de todos los lugares, aquí situada en un ambiente rural. De las carlistas a la de África, la Guerra Civil.., siempre hay batallas que contar por los mayores.
La guerra nuestra de cada día, algo latente en la población que a veces se vanagloria de ella, en cualquier tiempo pasado o presente e inherente a toda sociedad.
El doctor Burgeño en la penitenciaria de la prisión le va extrayendo la declaración de por qué en un arrebato, alguien tan sensible que siente el dolor de los árboles al podarlos o las voces del río, pudo cometer semejante atrocidad. Pacífico tiene una sensibilidad e ingenuidad extremas, y vive en un medio rural muy duro que le provoca un gran sufrimiento y rechazo. Un laberinto mental, especie de thriller que hurga en la mente de un ser humano lleno de matices y contradicciones.
Es magnífico el trabajo de Carmelo Gómez con su movimiento en escena, silencios, tonos, su introspección y un lenguaje singular y local, potenciado por él, que le hace estar “pistonudo”. Obtuvo el Premio Talía 2023 al mejor actor protagonista por este papel. Participó de manera muy activa con Eduardo Galán en la adaptación de la obra y con el reconocido Claudio Tolcachier en la dirección que le deja libertad para crear este personaje que calca de una realidad ya superada pero que nos retrotrae a aquella época de manera palmaria.
Muy solvente la interpretación, como fundamental, el papel de Miguel Hermoso e interesante la escenografía de Mónica Boromello, como siempre. En definitiva, que Carmelo cambió el cine, donde lo fue todo, por el teatro, de donde dice no querer salir. Y cuando le mencionaban los premios que con esta obra podían llegar, recuerda la frase de Federico García Lorca: “no me des premios, yo quiero batallas y desafíos”. Pues en este desafío ha ganado la batalla y el premio. ¡Imprescindible!