Por Juan Sin Credo
Varios medios de comunicación han difundido durante estas últimas semanas la imposibilidad de soterrar ese obstáculo ambiental y sociológico que no permite a la ciudadanía vallecana sentirse parte de la metrópoli madrileña. Un tránsito circulatorio infernal de más de 150.000 vehículos diarios impide la viabilidad de un proyecto que derribaría ese impacto físico, pero también mental, de pertenencia a la gran urbe. La demolición del último ‘scalextric’ de Madrid significaría un avance hacia un concepto de ciudad inclusiva, más amable y menos agresiva con sus habitantes. El nivel de contaminación atmosférica y acústica en la zona es alarmante. Además, la sensación de abandono y marginalidad muestra una imagen de Vallecas de miseria y deterioro inaceptable.
Atrás se tiene que quedar ese paisaje de la memoria infantil que proyecta recuerdos inolvidables de cercanía al hogar, de vuelta a las raíces, cuando el Seat 124, con mi padre al volante, franqueaba la pasarela de la calzada del puente, camino del sur, camino del pueblo, y podía contemplar, admirado por su estética monumental, los enormes cartelones publicitarios de aquellos pantalones vaqueros Lois, vanguardia textil de la época, en las fachadas de los edificios vallecanos aledaños a la M-30.
El puente de Vallecas no puede tener otro final que ser parte de nuestra historia, como lo fue aquel otro puente que dio origen al topónimo del distrito, el que se edificó para salvar el arroyo Abroñigal. Esta denominación de Puente de Vallecas, empleada desde principios del siglo XX, contiene cierto sarcasmo, puesto que el hecho de no construir un puente sólido, -ya denunciado por el erudito Antonio Ponz en 1789 en su ‘Viage de España…’-, que pudiera aguantar las crecidas periódicas del Abroñigal, fue la causa del estancamiento del pueblo y el origen de los padecimientos que tuvimos que sufrir los vallecanos durante siglos para poder trasladar nuestros productos a la capital.
Ante la negativa del actual equipo de Gobierno municipal, la solución propuesta desde el Proyecto ‘Conecta Vallecas’ ofrece la transformación del espacio aportando un entorno más humano, con zonas verdes, deportivas y modos de transporte más sostenible. El efecto frontera causado por el ‘scalextric’ desaparecería, conectando el distrito de Retiro con el de Puente de Vallecas y dando respuesta a la demanda vecinal que lleva más de 20 años pidiendo su eliminación. Entre los múltiples beneficios de este proyecto se pueden destacar un mayor espacio para equipamientos y zonas verdes, una mayor cohesión social, una mejora de la salud de la ciudadanía y un amortiguamiento de la brecha social y económica entre distritos.
Desde el pueblo a la urbe
También entre dos puentes, esta vez temporales, se encuentra la ópera prima de la periodista Ana Iris Simón, ‘Feria’, presente en todas las bibliotecas públicas de la Gran Vallecas. Una auténtica revelación literaria, publicada por Círculo de tiza, especializada en textos que se escapan del circuito de las potentes editoriales que se desestiman porque no interesan al gran público. Un libro que pone de manifiesto la memoria de la autora sobre una España desaparecida, siendo capaz de crear una controversia ideológica, -bajo mi punto de vista inexistente-, que brota desde un sentido del humor socarrón con un marcado acento muy pueblerino. Una inundación de vivencias manejada por una determinada corriente, de Villa al Puente, desde el pueblo a la urbe.