Por Ignacio Marín (@ij_marin)
No, no está siendo un invierno fácil en casa de Mara. Últimamente, ninguno lo es. Llevan años sin poder encender la calefacción. Olvidaron ya lo que es llegar a casa y arrimarse al radiador para tratar de entrar en calor. Un recuerdo sustituido por la acumulación de mantas. Ropa de calle por los pasillos del hogar. Y en la cama, la bolsa de agua caliente. Testigos de otras épocas que pensábamos que nunca iban a regresar. Ingenuos.
Este invierno vino con una novedad. Con una novedad desagradable. En casa de Mara la subida del precio de la luz sí se nota. Para no hacerlo. Según Facua, la factura media, situada durante 2021 en 90 euros, es un 20,5% superior a hace tres años, cuando se pagaba un promedio de 77,2. Puede parecer que esos 13 euros no son gran cosa, pero, mes a mes, resultan una fortuna para bolsillos ya de por sí resentidos, enfrentados ahora a una precariedad laboral que no tiene visos de terminar y a una escalada del IPC sin precedentes.
Las ayudas, en el mejor de los casos, llegan de manera intermitente. Tras farragosas gestiones, el dinero tarda meses en hacerse efectivo en la cuenta corriente. Durante ese tiempo, las redes de solidaridad de los vecinos se convierten en el único sustento. En la única tabla de salvación en el mar al que son expulsados.
El hijo mayor de Mara ha encontrado empleo en un bar de Monte Igueldo. Media jornada, todo en negro. Un ínfimo ingreso, pero ingreso, al fin y al cabo. Pero la alegría es efímera al sur de la ciudad. Al dueño del bar no le salen las cuentas, por culpa, de nuevo, de la factura de la luz. Y los primeros en caer son los de siempre. Este mes, en casa de Mara, pagarán dos veces las consecuencias de la subida de la luz.
A quienes siempre les salen las cuentas son a las empresas que se reparten el tablero eléctrico. Distorsionan el mercado para asegurarse de que todas las fuentes de energía se paguen al precio de la más cara. Si lo hacen, es porque pueden, no les culpo. Gobiernos de todo color político les han allanado el camino desde hace décadas.
- A quienes siempre les salen las cuentas son a las empresas que se reparten el tablero eléctrico. Distorsionan el mercado para asegurarse de que todas las fuentes de energía se paguen al precio de la más cara. Si lo hacen, es porque pueden, no les culpo
¿Solución? Ninguna solución es sencilla. Pero una alternativa coherente sería disponer de una opción pública, ética y sostenible, capaz de someter sus intereses al bienestar de los ciudadanos y no al de su cuenta de resultados. No es descabellado. Muchos países de nuestro entorno cuentan con empresas así. Y nosotros las teníamos, antes de que el PP y el PSOE se dedicaran a privatizarlas.
Y mientras, en la calle, sigue creciendo la desigualdad. El abismo parece más y más insalvable. El último informe de Oxfam alerta sobre ello. Un informe que será ignorado, otra alarma silenciada. Sus datos son arrolladores: desde el comienzo de la pandemia, la fortuna de los 10 hombres más ricos del planeta se ha duplicado, mientras que las rentas del 99% de la humanidad han caído en picado. En España, 23 milmillonarios han visto crecer su riqueza un 29% desde que comenzó la crisis sanitaria, a la vez que más de un millón de personas se han sumado a la lista de los que sufren a diario graves carencias materiales.
Mara podrá indignarse todo lo que quiera con esta realidad, con su situación o con la de cualquiera de los millones de rostros que sufren cada día la desigualdad de un mundo atroz. Pero lo hará a oscuras, porque les han cortado la luz. Como en la Cañada Real, que lleva igual desde 2020, aunque nadie se acuerde, aunque a nadie le importe. Seguirán gritando, en la oscuridad, por una dignidad que no llega. Seguirán clamando en una sociedad ensordecida. Afónicos, en un mundo que colapsa.