Por Margarita Álvarez y Concha Párraga, enfermeras de Familia de los CS Entrevías y Campo de la Paloma
En un mes en el que celebramos el Día Internacional de la Mujer, me ha parecido pertinente reflexionar sobre cómo envejecemos las mujeres, teniendo en cuenta que en nuestra sociedad siguen vigentes los antiguos modelos de lo que entendemos como ser mayor, visión pesimista que hemos ido incorporando en nuestra mente desde la infancia y estereotipos catastrofistas acerca de la menopausia, el nido vacío y el desnortamiento de la jubilación o la “no jubilación” de las mujeres, eternamente cuidadoras.
Lo primero, sería analizar la palabra ‘vieja’, que está preñada de connotaciones negativas (fealdad, enfermedad, etc), comúnmente generalizadas, pero podemos comenzar a reconciliarnos con este adjetivo, porque no se nos ha de olvidar que la vejez es un regalo, puesto que el don de la longevidad no se les concede a todos, bajo este punto de vista, cumplir años por supuesto que tiene una visión positiva. Y en este sentido las estadísticas lo avalan. Las mujeres tenemos una mayor esperanza de vida, pero eso sí con peor salud percibida.
¿Por qué asociamos la vejez a conceptos del tipo decrepitud, achaques, etc en lugar de a sabiduría, autoconocimiento, resiliencia, mayor habilidad para la resolución de conflictos o equilibrio emocional? Cabe destacar en este punto que hay investigaciones acerca de los aspectos positivos del envejecimiento, que confirman una tendencia a estar más alegres a partir de los 50 años y de sentirnos cada vez más dichosas, de manera que a los 80 años se es generalmente más feliz que a los 18.
Envejecer es parte de la vida, es un proceso inherente al ciclo vital. Pero existen factores psicosociales que deben tenerse en cuenta: sexismo, edadismo, la devaluación del cuerpo femenino mayor, la entrega del tiempo sin reciprocidad y las enfermedades crónicas.
Discriminación por edad
El edadismo es una forma de discriminación por cuestión de edad, presente en la industria anti edad. De una u otra forma nos hacen sentirnos responsables de no cumplir con los estándares de belleza que tenemos interiorizados en los que solo se concibe un modelo único de belleza que normalmente se sitúa por debajo de los 40 años. Frente a esta visión podemos posicionarnos valorando las distintas formas de belleza porque, mientras vivamos pensando en la vejez como un tiempo que hay que disimular y evitar ya sea usando inyecciones, cremas o sometiéndonos a operaciones, nos perderemos la oportunidad de vivir nuevos proyectos con nuevas libertades, reconociéndonos con nuestro pasado y sin despreciarnos a nosotras mismas. Cuando llegamos a la mediana edad, somos generativas, es decir, ofrecemos nuestro saber al mundo.
No es la vejez lo que nos amenaza, sino nuestras ideas de la misma. Así pues, si nuestro objetivo se centra en vivir la vejez con la mayor independencia posible nos toca cuidarnos por dentro y por fuera. La adopción de estilos de vida saludables, la participación en el autocuidado y la realización de actividad física pueden retrasar el descenso funcional y reducir enfermedades crónicas y riesgos cardiovasculares, mejorar la salud mental y evitar el riesgo de caídas. Sentir que vivimos una vida con significado es clave para poder sentirnos libres y con capacidad de decisión y gestión, y no solo entender la vejez como receptoras pasivas.
La antropóloga estadounidense, Margaret Mead, precursora en la utilización del concepto “género”, afirma que la fuerza más creativa del mundo es la mujer con el vigor postmenopáusico.
Por tanto, es grato reconocer como, poco a poco, la visión clásica del proceso de envejecimiento en la mujer va cambiando gracias a esas mujeres de la generación del ‘baby boom’ (nacidas entre 1946-1965) que han vivido y envejecido durante un periodo con grandes cambios sociales, políticos y culturales. Han aportado a las consabidas desigualdades una visión libre de victimismo y la visión de la capacidad de ser agentes de nuestra propia vida con la posibilidad de tomar las decisiones que nos atañen.