Ignacio Marín (@ij_marin)
Las sensaciones de la infancia regresan a nuestra memoria, año tras año, por muchos que hayan pasado. El perfume a libro nuevo, la ceremonia de forrarlo con celofán. La ropa de la escuela mancillando la piel bronceada. La emoción ante nuevas asignaturas, nuevos maestros, nuevos compañeros. El olor a cerrado del aula, violentada tras meses de caluroso silencio. No será como siempre, pero es el de siempre. El mes de septiembre siempre vuelve imbuido de un carácter renovador, de una tendencia a reinventarnos. Es una nueva oportunidad. Una nueva oportunidad que necesitamos ahora más que nunca.
Muchos son los que regresan tras visitar sus orígenes. Allí, se habrán reencontrado con su yo del pasado, rencoroso quizá de traicionar sus raíces por destinos que pintan mejor en Instagram y a las que recurren ahora, cuando no queda otra. Allí permanecen sueños, ambiciones y expectativas, más terrenales y discretas que las que impone la competitiva urbe. Allí esperará una novela a medio leer, con un recibo en pesetas como marcapáginas. Un vespino, borracho de polvo y óxido, soñando con la promesa de que su dueño le haga traquetear de nuevo sobre el adoquinado. Y allí están los que se quedaron con el compromiso, a veces voluntario, otras obligado, de parar la sangría del agro antes de certificar su muerte.
Nuestras calles, verdadero termómetro de las pulsiones del barrio, son las primeras en notar que éste no es un septiembre normal. La esquina de la Albufera con Payaso Fofó se pregunta dónde está esa ilusión por una nueva temporada, qué hay de los aficionados reencontrándose tras el verano, qué ha sido del olor a césped recién cortado. El Auditorio Trece Rosas del pueblo de Vallecas no retumba con la música de ningún grupo y echa de menos incluso que apoyen en sus gradas los minis de cerveza.
Promesas diluidas
Sin embargo, la degradación de nuestro barrio no ha tomado vacaciones. Su cara es la misma de siempre. Las promesas de reforzar el sistema sanitario se diluyeron en cuanto se comenzaron a servir bocadillos de calamares en Ifema. Los esfuerzos se focalizaron en distraer la atención sobre la necesidad de contar con un nutrido equipo de rastreadores más que en contratarlos. Y los Servicios Sociales, aquellos que han de velar por paliar la pobreza y defender la dignidad de nuestros mayores, continúan igual de precarizados, esperando impertérritos un nuevo embate de la muerte. Para esta peste no hay mascarilla que valga.
Septiembre es un mes en el que deberíamos plantearnos muchas cosas. Hemos de ser sinceros con nosotros mismos y con los que nos rodean. Cuestionarnos si este sistema merece la pena, si nos beneficia a nosotros o solo a los de siempre. Tenemos la oportunidad de construir un nuevo mañana, más solidario, más humano, en el que podamos reivindicar la dignidad y la alegría. Esa dignidad y la alegría con la que nuestros padres forjaron un hogar en el que vivir. Hagamos que toda la destrucción que nos rodea no sea en balde. Comencemos de nuevo.