Por Daniel García, médico de Familia del Centro de Salud Vicente Soldevilla
Sola. Estás sola. Sola con tu miedo, corriendo hacia ninguna parte, huyendo de un pasado que no quieres recordar, pero que te atrapa a cada momento, a cada minuto. Asfixiada. Agotada. Rota. Sola. Sola en casa, encerrada, porque cada vez que sales las miradas te golpean, recordándote que estás fuera de órbita. Has llamado a muchas puertas pidiendo ayuda, pero ya no sabes quién hay detrás de ellas, ni siquiera puedes estar segura de que haya alguien. Entre quienes en vez de ayudarte has sentido que te hundían más y el baile de mano en mano de médicos y trabajadoras sociales que van cambiando de lugar de trabajo, no has podido encontrar una mano firme que estrechar para sentirte segura.
Hace poco apareció un médico diferente, que te miró a la cara, que te sostuvo la mirada en vez de mantener el baile de mano en mano, de puerta en puerta. De repente, un espacio de reposo, de respiro. Pero no duró mucho. Al cabo de un tiempo, llamaste a la puerta de su consulta y ya no estaba. No había nadie. Se había marchado, empujado por quién sabe quién a quién sabe dónde.
Sola. Estás sola. Sola con tu miedo una vez más. Hoy salí de la consulta para ir a verte a tu casa, para entender mejor donde quedó atrapado tu sufrimiento. Ya me has dicho, cada vez que hemos hablado, que te has cansado de esperar un apoyo de nuestro lado, que “tu médico” se fue, arrastrando con su marcha el pequeño espacio de confianza y sostén que habíais empezado a construir. Y no te voy a engañar, no sé tampoco muy bien lo que te ofrezco. No puedo asegurar cuánto tiempo podré seguir estando al otro lado de la puerta, ni tampoco sé qué proponerte, tan cansada, tan rota como estás. Solo sé que estoy aquí. Y que la semana que viene volveremos a hablar, si tú quieres. Poco más.
Sola. Asfixiada. Rota. Pero en pie. Sigues en pie. Pese a todos los golpes, todas las lágrimas, todas las pesadillas, sigues en pie. Me hablas temblando, cogiendo aire a cada momento, como si pudiera ser el último. En pie. Aquí estás.
Y yo no sé en qué te puedo ayudar, la verdad. Lo único que sé es que, pese a todo, eres fuerte, más fuerte de lo que muchos jamás seremos. Pese a todo, pese a todos. No sé cómo, pero ojalá encuentre la manera de que te puedas mirar en este espejo en el que veo reflejada tu capacidad de resistir, de sostenerte por ti misma frente al abandono perpetuo.
Pero no solo tú. Ojalá muchas más puedan asomarse y descubrirte, para desde ahí poder entrelazar las manos.
Impotencia
Muchas veces en la consulta me siento impotente. Los listados de nombres que anuncian el desborde de cada día, el tiempo que falta para poder escuchar y entender lo que cada persona busca, la sensación de no llegar, de no hacer bien, de no tener los recursos suficientes para poder dar a cada cual la atención y los cuidados que merecen.
Y, de repente, un día aparecen colgados en el centro de salud unos carteles de agradecimiento y ánimo. ¿Quién los ha puesto? Me dice una compañera que de hecho llevan muchos días allí, sin que muchas nos hayamos dado cuenta (es lo que tiene andar corriendo todo el día como pollos sin cabeza). Al verlos, no puedo evitar emocionarme y reconectar con lo que me hace estar ahí, pese a todo, tratando de mantener abierta la puerta de la consulta.
Hacemos cosas. Todas hacemos cosas. Pero algunas sentimos que dan fruto y otras no. Y frente a la apisonadora que parece pasarnos por encima, frente a tanto malestar y sufrimiento que vemos alrededor, queremos hacer algo diferente, algo que cambie de verdad las cosas, algo que rompa con lo que nos duele tanto. Pero no sabemos qué puede ser. ¿No hay nada que hacer en este sentido? Ese parece ser el sentir mayoritario.
Uno de los referentes clásicos del activismo social, Saul Alinski, recoge en su libro ’Tratado para radicales’ algunas experiencias que muestran que la acción transformadora debe ir generándose de manera progresiva. No empezar tratando de abordar grandes objetivos, sino viendo qué es posible hacer con las fuerzas que se tienen, qué logros se pueden conseguir para mostrarnos que somos capaces, la potencia que tenemos, y que al mismo tiempo que sirvan para ir desarrollando lazos, vínculos, red a partir de la acción compartida. Por ejemplo, hablaba también de que la táctica debía permitir disfrutar a la gente, de manera que la acción a desarrollar fuera reproducida por el mero gusto de hacerla.
Hacemos cosas. Todas hacemos cosas. Pero algunas nos conectan con personas y grupos, mientras que otras nos aíslan. Y en el contexto actual abundan estas últimas. No ya solo por la pandemia de distancia y confinamiento de las relaciones sociales, sino también por la parálisis frenética a la que nos lleva el activismo desbordante, sin vínculos con el territorio ni con las personas que lo habitan. Hacemos mucho, demasiado, pero podemos poco, prácticamente nada, si lo hacemos en soledad. Desde ahí que nuestra capacidad de transformación sea muy limitada.
Hacer en común. Actuar con otras personas y grupos. Descubrir el poder que podemos desarrollar entre nosotras, con otros, para transformar y poder decidir juntas sobre lo que realmente nos importa. Ese es el reto.
“Aquí estamos”
Vayamos dando pasos. El primero, en muchos sitios, es encontrarnos, descubrir donde estamos, empezar a hablar y escucharnos. En mi centro de salud algunas vecinas nos han dejado mensajes, nos han dicho: “aquí estamos”. Gracias. Ahora nos toca a nosotras también salir a la calle, al encuentro de quienes ya se están moviendo y de quienes viven atrapadas entre muros de soledad y silencio.
Sola. Estás sola. Sola con tu miedo, corriendo hacia ninguna parte, huyendo de un pasado que no quieres recordar, pero que te atrapa a cada momento, a cada minuto. Hoy vuelvo a llamar a tu puerta. Pero esta vez voy acompañado. Sigo sin saber por cuanto tiempo podré seguir en la consulta de tu centro de salud, atrapado como sigo en el baile de incertidumbres cada vez más acelerado de nuestro sistema sanitario. Por eso esta vez no quiero ir solo. Por eso hoy me acompaña una mujer que participa en una asociación cercana. Por tu salud. Por mi salud. Por nuestra salud.