Por la oportunidad de volar, por el derecho a la cultura

Uno de los murales pintados en una pared del Centro Social Autogestionado La Atalaya

Por Patricia del Amo

La cultura es capaz de abrir un paréntesis en el día a día. Una fotografía que pausa permanentemente un momento, una canción que teletransporta del presente al pasado o un libro que conduce a otros mundos, una pintura que transforma en color y forma el alrededor percibido o una pieza de baile que altera el ritmo de la cotidianeidad. Desde muy diferentes vías, parece posible olvidar o paralizar la realidad existente, representarla o imaginarla. En definitiva, moldearla casi a nuestro antojo.

No solo la cultura supone una nueva creación sobre unos cimientos previamente construidos, sobre la propia realidad, sino que, además, es un punto de conexión entre personas totalmente desconocidas entre sí. ¿Alguna vez has pensado que un o una artista ha llegado a plasmar los pensamientos o las emociones exactamente del modo en el que tú los ordenas en tu interior? Esa identificación con el personaje de una historia, con el lugar de una imagen o con el trazo en un lienzo nos recuerda que, lejos de la individualidad que invade las sociedades actuales, compartimos mucho más de lo podamos creer con las personas anónimas que nos rodean. Nos alerta de que los sentimientos, aunque únicos en la manera de ser vividos, son un lenguaje común universal. Ello conlleva que, también, dichas conexiones se den desde lo colectivo. “Himnos musicales” de toda una generación o danzas que son cuna identitaria de un territorio, nos muestran que pueden llegar a convertirse en orgullosas cartas de presentación ante “los otros” externos. Así, la cultura es un canal de expresión individual para la persona creadora, pero, fuera de sus manos, su significado pasa a ser interpretado por quien lo recibe.

Algunas potentes posibilidades de acceso a este abanico de oportunidades radican en las bibliotecas y en los centros culturales de los barrios. Espacios públicos de encuentro, intercambio y compartimento atravesados por la igualdad en sus condiciones, en tanto estas no entienden de rentas. No por disponer de más cifras en la cuenta bancaria se tiene el derecho a una prórroga temporal en la devolución de aquellos libros prestados en la Biblioteca Miguel Hernández, a una más amplia oferta de actuaciones teatrales en el Centro Cultural El Pozo del Tío Raimundo o a la reserva de plaza en los asientos más elevados de estudio en el Paco Rabal. No obstante, esa igualdad se transforma en desigualdad si la perspectiva se amplía, momento en el que el acceso a dicho abanico pasa a entender, y mucho, de rentas. No es casualidad que los principales museos, cines y teatros de la ciudad de Madrid se concentren en un escaso radio de distancia entre sí, como tampoco lo es el hecho de que, en ocasiones, un coste económico se convierta en un obstáculo de acceso a los mismos, como si de una criba de entrada se tratase.

Las cifras

Vayamos a las cifras. Atendiendo a los datos recogidos en el Panel de indicadores de distritos y barrios de Madrid del año 2022, de los 105 centros y espacios culturales construidos en la ciudad de Madrid, solo cinco se encuentran ubicados en Puente de Vallecas. O, dicho de otro modo, el 4,8 % del total de las infraestructuras señaladas para el 7,2 % del total de la población de la ciudad. Asimismo, el barrio del Ensanche de Vallecas, en el distrito de Villa de Vallecas, pese a superar los 50.000 habitantes, una cifra equivalente a ciudades como Cuenca o Villarreal, carece de biblioteca alguna. Inaccesibles son, de igual modo, las salas de ensayo, los camerinos o el estudio de grabación ubicados en Río Esmeralda en lo que, a día de hoy y desde 2021, tendría que ser el primer centro juvenil municipal de Puente de Vallecas.

Unas complejidades de acceso que pueden llegar a combinarse con la preocupación vital por la tasa de paro, el cansancio de unas condiciones laborales precarias o la carencia de disponibilidad de tiempo libre de calidad para acabar aumentando los obstáculos y reduciendo las oportunidades.

Toca, pues, que la realidad pase a ser moldeada, ahora, sin el casi. Hasta que la expresión plasmada en palabras, acordes o colores venga de todas las voces y visiones de la sociedad, hasta que el código postal no determine el rango de oportunidades culturales recibidas, hasta que las noches sin dormir por el desempleo sean pesadillas en capítulos ficticios. Por la creación imaginada, por más letras, historias y pinturas que sean reflejo para quien las escuche, lea o vea, por la mayor presencia de la cultura en todas sus múltiples formas.

Por la oportunidad de volar, por el derecho a la cultura.

 

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