Las heridas abiertas de nuestra historia reciente

El dolor generado durante la Guerra Civil española y en la Dictadura

Por Elsa Sierra, psicóloga experta en duelo

La paz no es un concepto, es un estado que se alcanza cuando se superan los conflictos de manera que permita a las personas y a la sociedad seguir desarrollándose, avanzando en justicia, en igualdad de oportunidades, en libertad.

En España durante los años de guerra (1936-1939), postguerra y dictadura, miles de personas fueron torturadas, ejecutadas y arrojadas a fosas comunes, pozos, campos abiertos (una práctica común fueron los fusilamientos extrajudiciales, conocidos como los “paseados”), civiles cuyo delito fue apoyar los valores de la II República. Hambre y destrucción de las condiciones de vida digna fueron las causantes de muertes prematuras y de innumerables sufrimientos. Después de morir el dictador, hubo un periodo de transición a la democracia que durante mucho tiempo se ha dicho que era “modélico” por ciertos sectores de la población, pero donde no se hizo nada para aliviar todo el dolor causado.

La reconciliación de los pueblos pasa por conocer la verdad de lo ocurrido, por ayudar a que las personas que han sufrido pérdidas sepan lo que sucedió, puedan recuperar los cuerpos, realizar los homenajes, rituales, expresar las lágrimas, los sentimientos que quedaron atrapados bajo la imposición y el miedo.

El punto de vista desde el que hacemos el planteamiento es desde la necesidad psicológica de realizar el duelo. Se comenta desde diferentes posiciones políticas y sociales, que supone reabrir heridas, partiendo de la base de que ya están cerradas. Es todo lo contrario, las heridas nunca se han cerrado. También se apoyan en que ha pasado mucho tiempo y que ya está todo olvidado. Nada más alejado de la realidad. Es una falacia pensar que el tiempo lo cura todo; cura lo que se haga en ese tiempo y lo que se trató de hacer es olvidar lo sucedido. Nadie puede olvidar a un ser querido que además murió y sufrió en trágicas circunstancias. Toda la exposición que viene a continuación fundamenta esto que afirmamos.

Documentales

Nos apoyamos en dos documentales, recomendamos que se vean, porque, a través de diferentes testimonios, nos ilustran formas diversas de afrontar las pérdidas, así como lo necesario para que las personas afectadas puedan rehacer sus vidas. Son dos formas de llevar a cabo el duelo. La cara favorable de lo que significa dar espacio, apoyo y acompañamiento a las personas en duelo y el sufrimiento que se produce cuando todo eso falta.

El primero es “Remontando el vuelo” de autoría propia, en el que se recorre el camino del duelo a partir de la experiencia de personas diversas y profesionales sanitarios que comparten sus conocimientos para ayudar en la facilitación de ese proceso de tratamiento del dolor ocurrido por la muerte del ser querido. También saca a la luz el duelo transgeneracional, el duelo por los asesinatos y desaparecidos que no se ha resuelto y pasa como dolorosa herencia a las siguientes generaciones. “Remontando el vuelo” se puede ver en YouTube.

“El Silencio de los otros” es un documental que expone las consecuencias del Pacto del Olvido, cuyo soporte legal fue la Ley de Amnistía de 1977. Impidió que se devolvieran a sus familias los muertos ejecutados y enterrados en las cunetas. Trata de personas torturadas durante la dictadura y su lucha por conseguir que se hiciera justicia. También aborda el tema de los niños robados a sus familias biológicas.

Esculturas en homenaje a las víctimas del franquismo en Cáceres. Foto: E. Sierra

Ambos documentales expresan el duelo desde diferentes ópticas, una existencial y otra social y política. En el primero, trata de lo que ayuda a superar el dolor. En el segundo, de la lucha para que haya justicia, se repare y reconozca, todo el dolor producido y la búsqueda de soluciones para quedar en paz.

La muerte de un ser querido es uno de los acontecimientos que más impacto tiene en nuestras vidas. La pérdida de alguien importante abre una herida interior que es preciso cuidar para que cicatrice bien. El duelo, es ese proceso de curación que, de forma natural, estamos preparados para afrontar y asimilar. Es lo que llamamos el “duelo normal”

Elaborar el duelo es una necesidad psicológica. Existen circunstancias y condiciones que ayudan en ese proceso y otras que lo dificultan e incluso lo detienen, lo cual hace que la herida quede abierta o cicatrice mal. Esta situación condiciona negativamente la vida de la persona y su entorno.

Por cada fallecido existen numerosas personas que se ven afectadas, en menor o mayor grado. El duelo es personal, pero también social. Cuando el apoyo social no existe y además la muerte es producida por otros, como en los asesinatos y en las guerras, la vida y el duelo se complican y quedan profundamente afectados.

El objetivo del proceso de duelo es recolocar al fallecido, de manera que se pueda seguir viviendo. Es aprender a vivir sin la persona que queríamos y se sigue queriendo. Tratar de olvidar a esa persona es un error. No es posible olvidar porque la vinculación siempre existirá. En las muertes violentas y desaparecidos, el duelo queda fijado en las circunstancias de la muerte, en la necesidad de hacer los rituales de despedida, de honrar su memoria y la vida que esa persona tuvo, de que se haga justicia y reconocimiento de la atrocidad cometida.

Duelo transgeneracional 

El duelo transgeneracional es el duelo, que al no haberse podido realizar en su momento, queda como una herencia o tarea pendiente para las siguientes generaciones. Se transmite en modo de silencio, en los comportamientos familiares y de la comunidad de la que forman parte, en las emociones contenidas y miedos arraigados … Se transmite de forma no verbal, en la mayoría de las situaciones, comprometiendo la biografía familiar porque genera una atmósfera de sufrimiento oculto y no elaborado*.

Hay circunstancias que facilitan la elaboración del duelo, si se tiene información de como sucedió; si el fallecimiento se debe a causas naturales y se ha tenido la oportunidad de acompañar en la cercanía de la muerte; poder ver el cuerpo, realizar los rituales, ceremonias o funerales; compartir y expresar el dolor; recibir las manifestaciones de respeto y apoyo de la comunidad.

En el caso de muerte violenta por asesinato, existen muchos acontecimientos que hacen que la herida no se cierre bien como son: muerte ocurrida por la intención de otras personas; no ver el cuerpo, como en el caso de los desaparecidos; falta de información sobre cómo sucedió; no poder hacer rituales de despedida, ni homenajes; no poder expresar lo que sentían y compartirlo con otros; no hacer justicia, no reparar el daño causado; en muchos casos, seguir viviendo cerca de los verdugos; pérdidas múltiples (en las que pueden producirse expropiación de bienes), generando pobreza, exclusión social, humillaciones (como mujeres republicanas, rapadas y violadas) continuadas en el tiempo y, con frecuencia, el exilio.

Todos estos problemas añadidos a la muerte del ser querido contribuyen a que el duelo se convierta en crónico y que trascienda, no solo a la familia más directa, si no al entorno social y quede como herencia a resolver en las diferentes generaciones. Tenemos que asumir que el olvido no alcanza a anular los traumas de nuestro pasado. No podemos construir nuestra sociedad sobre el bloqueo y la falta de elaboración de momentos muy significativos de nuestra historia. En todo caso, estos problemas permanecen latentes y desde allí irradian su influencia llenando nuestra vida social y política de acritud, temores e incomprensión. Cada vez que diversos acontecimientos los hacen aflorar, vuelven a manifestarse con gran fuerza, pero no es que se hallan recreado, es que están sin resolver.

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