Por Mariano Asenjo
A todos nos preocupa y condiciona la “salud” de la calle donde vivimos. Es parte del vivir de cada día y nos incumbe tanto como lo que sucede en nuestra casa de puertas para adentro. Son dos mundos que convergen. Porque si lo que ocurre en el ámbito que rodea al hogar es perturbador u hostil, poco a poco el lugar donde habitamos se irá transformando en un reducido bunker en el cual guarecernos y ponernos a salvo de las inconveniencias exteriores. Es tan natural y humano como el refugio donde se protegían nuestros ancestros primitivos para ponerse a salvo de cualquier inclemencia o amenaza.
Viene esta introducción a cuento de las circunstancias que rodean a algunas de nuestras calles en Puente de Vallecas. Y me quiero referir en especial a las calles más pequeñas, esas por las que puede que no hayamos pasado nunca, calles de tránsito reducido que conforman ecosistemas de convivencia muy delicados, pues cualquier eventualidad que tenga lugar afecta de forma inmediata a la coexistencia entre vecinos y a la estabilidad social del entorno más inmediato.
Sin despreciar los problemas que concurren en las vías principales, lo cierto es que la mayor visibilidad y exposición de las contingencias que se producen en éstas ya alertan de su existencia y conforman una primera línea defensiva. Para no andarnos con rodeos, el paso frecuente de la Policía, por ejemplo, opera como elemento disuasorio para unos y, a su vez, traslada a la mayoría la seguridad que supone el hecho simple de esa presencia física, cercana y confiable.
Es obvio que no puede haber equivalencia entre una calle grande y una pequeña en este sentido. Asimismo, no se puede pretender que haya un policía o un barrendero detrás de cada ciudadano, ¡pero, ojo, las calles pequeñas también existen! Calles como Río San Pedro, Etna y otras, requerirían una mayor observación por parte de todas aquellas instancias que en ello tengan competencia, incluidos los Servicios Sociales. Adueñarse de la calle de forma ruidosa e inapropiada, colonizar los portales y accesos a las viviendas de otros vecinos, almacenar bolsas de basura en la calle sin ton ni son, alterar el descanso nocturno… son prácticas habituales que parecen haberse asumido y normalizado. ¿A quién beneficia esto?.
Escondite o apartadero
En el deterioro que acompaña a esta realidad va implícita la razón por la que muchos vecinos y vecinas esperan, cada vez con más ansiedad, una respuesta a la altura de sus temores y preocupaciones. Las calles pequeñas de Puente de Vallecas no pueden quedar relegadas a la categoría de escondite o de apartadero. No, porque las víctimas son vecinas y vecinos que han convivido toda su vida en una calle que, de pronto, apenas reconocen. No, porque las víctimas también son vecinas y vecinos jóvenes que se establecen en el barrio y se topan con una versión ingrata de Vallecas, ese “estereotipo” que todos tratamos de desmentir.
Puente de Vallecas es un distrito grande y complejo, pero sus problemas no son irresolubles ni producto de una catástrofe natural. Quizá sea necesaria una mayor coordinación entre instancias implicadas, potenciar las estructuras de mediación para poder intervenir sobre el terreno, etc… No se trata de inventar nada, o quizá sí… En cualquier caso, una actitud acomodaticia o resignada no es la mejor manera de reforzar la confianza de los vecinos.