“Dedicado a Pilar y a María Luisa, veterinarias sabias que cuidan de Kafeto (y de muchos kafetos y perretos del barrio) con amor y gran profesionalidad”.
Por Luis Miguel Morales
Kafeto es sabio. Kafeto sabe que vivir también es meditar, como esos orientales que un día se retiran a encontrar algo que dicen está muy dentro de nosotros, que quizá está tan en el interior que es imposible que aparezca ante nuestros ojos: da lo mismo si son los externos o los internos. Kafeto sabe que él está más cercano a la posibilidad del encuentro que yo, quizá porque él se pasa mucho más tiempo tumbado, quieto, a la expectativa. Yo, cuando estoy así, suelo dormirme. Kafeto es sabio y sabe que yo nunca estaré satisfecho en el mundo que habito, que siempre buscaré algo lejano, algo distinto, y que, aunque nunca podré abarcarlo por completo, siquiera un 0,001 por ciento, siempre pensaré en la posibilidad de que un día pueda montarme en un cohete que me lleve a otro planeta. O a la luna, que está más cerca. Kafeto sabe que su mundo son 60 metros cuadrados y unas cuantas ventanas para ver el universo. Le basta. Kafeto es sabio y sabe que a mí me gustaría ser gato por un tiempo. Quizá también sabe que yo sé que a él no le importaría ser humano por un tiempo. Los dos sabemos (yo en mi ignorancia) que cuando estamos juntos, no necesariamente en el mismo lugar, él es un poco humano y yo un poco gato. Kafeto es sabio y por eso comparte su vida con mi hermana Koncha desde hace años. No los cuenta, porque sabe que los años no se cuentan, se viven.