Escribe: F. Sebastián.
La ropa tendida sobre el escudo del Rayo y la vida colgando de una botella de oxígeno. Así es la existencia de Luisa y Pedro, los que hasta hace pocos meses eran los empleados más antiguos del club de la Albufera. Ahora están jubilados y reposan la vida con la conciencia tranquila por el trabajo bien hecho. Los goles ya no resuenan igual en esta casa.
Deshojan recuerdos de más de treinta años amando la franja desde dentro, tan dentro como vivir en el propio estadio. Les escuchan sus hijos, Paloma y Luis, y en muchos momentos los silencios se oyen más fuertes que los goles de Felines, Soto, Pachón o Trejo que valieron un ascenso. Paloma se sienta al lado de su madre y Luis aparece con la bufanda y la camiseta del 75º aniversario. «Siempre que podemos vemos el partido desde la grada. Recuerdo que cuando mi padre estaba mejor de salud siempre se subía a uno de los despachos de las oficinas para ver el partido». Ahora Pedro oye los goles desde su sillón y la vida vuelve a sonar con valentía, coraje y nobleza, por más que los años no le dejen saltar de alegría.
Limpiando escaleras
Se sientan en torno a los padres. Él habla bajo su máscara de oxígeno que apenas le deja un hilillo de voz, que en su día fue aguerrida y hoy sigue destilando rayismo por todos los sitios. «Creo que fue con Óscar Desio de gerente cuando empecé de conserje del Rayo. Las oficinas estaban en Arroyo del Olivar y por allí pasaban todos los socios a renovar los abonos. Mi mujer empezó algo más tarde a limpiar”. Luisa le interrumpe. “Me pidieron el favor. Ahora unos despachos, luego las escaleras,… y poco a poco nos fuimos metiendo en el club. A mí me daba mucho apuro, pero como vivíamos casi al lado del estadio en una casita baja… con los años nos ofrecieron venir a vivir a esta casa, y aquí estamos, hasta que nos echen o salgamos con los pies por delante». Los hijos escuchan emocionados el relato mientras Luisa, la madre, le pide a Pedro que no hable más, que respire despacio, que se ahoga. Son muchos recuerdos vestidos de franjirrojo.
Alegrías… y sobresaltos
Lo han vivido todo en ese balcón que da a Payaso Fofó. «Por desgracia pocas veces hemos salido de aquí. Si a las siete de la mañana hay que abrir la verja allí estamos, que hay que estar a las once de la noche, no pasa nada, se baja uno con la bata puesta y se acabó…¿recuerdos? todos, muchos como para acordarnos así de repente». Luisa salta del sillón y busca algo en el cajón del mueble de la televisión. «Esta radio nos la regaló Míchel cuando era el entrenador. También recuerdo el año que estuvo Hugo Sánchez, era muy educado con nosotros, Ricardo Gallego, Wilfred era simpatiquísimo… de los de ahora el mejor es el capitán, Míchel, un chico encantador y de toda la vida. Y Amaya, que me dio mucha pena que se marchara al Betis», nos comenta Pedro mientras apura otra bocanada de oxígeno.
«Nos ha pasado de todo entre estas paredes. Muchas de ellas son para escribir un libro. Recuerdo cuando venían a hacer un embargo y nos pidieron guardar dinero en casa. Lo metimos en un armario y a esperar… otra vez me atracaron a punta de pistola viniendo de un banco de la Albufera y la policía cogió a los ladrones. Otro día estando con Lema en las oficinas también nos dieron un buen susto», nos remarca moviendo los brazos al aire.
Un sueño
Ahora la palabra pasa a Luis, ya enfundado en su camiseta rayista. Los ojos muy abiertos y llenos de lágrimas de oir a sus padres contar su vida en el Estadio. «¿Un sueño? Ver un partido de la Champions League en Vallecas. Mojarle la oreja a un Manchester, al Chelsea, o ver al Liverpool como ya se cantaba en Vallecas hace años. Ser del Rayo es distinto, hemos crecido con esta franja en el corazón y es muy bonito recordar todo lo que hemos pasado con nuestros padres en esta casa. Me acuerdo del año del ascenso de Felines, de los viajes, el de Huelva en tren-cama, de las hogueras en Vallehermoso en brazos de mi padre… de las mañanas de domingo con gachas, caracoles, sardinas, empanada, en el fondo,… mi padre me hizo socio con seis meses y ya tengo cuarenta y siete», nos comenta emocionado.
Toma la palabra Luisa y la casa se torna en hogar de toda la vida. Su voz es suave y bajo el cuello del batín hay una mujer entera que lo ha dado todo por el Rayo. «Nos han querido mucho todos, sin excepción, y somos muy felices de poder vivir aquí. No quiero hablar mal de nadie porque nadie lo ha sido con nosotros nunca, y quien iba a decir que pasaría lo de la familia Ruiz-Mateos, ¡madre mía! Ellos siempre se portaron bien con mi familia, siempre. Aún recuerdo cuando nos invitaron a cenar a todos con los jugadores por el ascenso con Felines de entrenador. De los nuevos no podemos decir nada porque no sabemos qué ha pasado en el club, ¡claro que nos gustaría conocer al nuevo presidente!».
La noche cae sin remedio en el salón de Luisa y Pedro, mientras la lluvia golpea los cristales de esta casa situada dentro del Estadio. Allí se quedan alrededor de la cena los cuatro, pendientes de ese cordón umbilical que ayuda a Pedro a respirar, y con un oído pendiente del timbre por si hay que hacer otro favor al rayismo. Saben seguro que cuando amanezca saldrá el sol por su balcón de Payaso Fofó, como lo lleva haciendo toda una vida.