Fieles al Rayo

Rafael López (a la izquierda) y Antonio Sánchez, abonados números 2 y 3 del Rayo Vallecano. Foto: A. Luquero

Escribe: Antonio Luquero.
deportes@vallecas.com

Nunca corrieron por la banda del Estadio de Vallecas, pero son capaces de saltar al césped del Teresa Rivero con el orgullo que da llevar en el bolsillo un carnet que dice: abonados al Rayo Vallecano desde el año… ¡1947! Son ellos, los socios más antiguos. Rafael Sanjuán, Rafael López y Antonio Sánchez ostentan los números 1, 2 y 3 como rayistas más veteranos. Entre los tres llevan casi 200 años (se dice pronto: ¡doscientos años!), siguiendo al Rayo Vallecano.

Quedamos con ellos para la foto en el Campo de Fútbol de Vallecas. Rafael Sanjuán, el número 1 del escalafón, no puede acudir. Este veterano aficionado rayista vive momentos difíciles y le resulta complicado salir de su casa. Quien sí acude a la cita en Vallecas es Rafael López, un “mozalbete” de 91 años que llega a la entrevista hecho un pincel. “Esto lo he hecho sólo por usted, que conste”, nos dice quien ostenta el número 2 en su abono. También, y junto a él, aparece Antonio Sánchez, el número 3, que parece casi su hijo. Tiene solamente 74 años, de los cuales lleva 64 como socio del Rayo.

“Yo siempre he tenido mi localidad en la tribuna baja del Arroyo del Olivar”, nos comenta Rafael, el abonado número dos, a quien sus 91 años no le han quitado para nada su pasión por el Rayo. “Estoy en la fila ocho, un poco más abajo de donde se sienta doña Teresa, y si le digo la verdad, las vallas no me molestan nada. Me fastidian más los escalones. A este estadio le empieza a hacer falta un ascensor para los aficionados como yo”.

Recuerda que su afición al Rayo empezó casi por casualidad. “Un cuñado mío, que trabajaba como electricista, me traía invitaciones para ir a El Rodival, y ahí empecé a ver los primeros partidos del Rayo”. Pero aquel chollo se acabó, y fue el propio Rafael quien terminó con él: “Como nunca me gustó ir gratis a los sitios, decidí hacerme socio, así fue como pagué mi primer abono, que costaba entonces 4 pesetas. Luego lo subieron a 5 pesetas pero el añadido, que era voluntario, yo nunca lo pagué”.

“El viejo Rodival tenía una valla para que sólo pudieran entrar los que pagaban, pero cerca de él había un pequeño cerrillo desde donde se veía fenomenal sin gastarse un duro”, asegura. Pero pese a lo goloso del fútbol “en abierto”, Rafael nunca renunció a su abono. Y a disfrutar por el buen fútbol: “He visto muchos futbolistas, pero Michel es tal vez el que mejor ha tocado el balón de los que yo he conocido. También Potele, qué gran delantero y Felines, también un estupendo entrenador”.

Jamás se le pasó por la imaginación que “aquel equipo al que yo iba a ver en Regional, terminaría jugando en Primera División”. Y no sólo eso, que “Vallecas pasaría a ser famosa por ello y que empezaría a crecer como lo ha hecho”. Y respecto a la afición, asegura que siempre fue una persona pacífica, que va a los campos a ver fútbol y no le gustan nada “las palabrotas que a veces dicen los Bukaneros”, aunque reconoce que “esa peña ha mejorado mucho el ambiente de Vallecas”.

Escuchando atentamente las palabras de Rafael, se encuentra Antonio Sánchez, el socio número 3. También abonado desde 1947, aunque su edad, 74 años, delata su precocidad a la hora de formar parte de la familia rayista. “Mi padre, nacido en el Puente de Vallecas, jugaba en el Rayo en los años veinte y decidió hacerme abonado cuando yo sólo tenía 10 años; se lo dijo al presidente Miguel Rodríguez Alzola, y ahí empezó todo, con el Rayo jugando en Segunda Regional”.

Mi padre también me contó que “en los primeros tiempos, el campo de El Rodival era un cambio abierto, y guardaban las porterías que tenían en un bar pequeño que había enfrente”. En la parte de arriba de esa casa “vivía mi madre, ahí la conoció y luego se casaron”.

El asunto de las porterías que se guardaban en un bar siempre nos llamó la atención, y Antonio nos explica el porqué de ese ir y venir de porterías tras cada día de partido: “Por aquel entonces había mucha escasez, mucha necesidad, y las porterías eran de madera, de postes cuadrados. Si las dejábamos en la calle seguramente alguien necesitado las terminaría haciendo leña. Astillas, para calentar la lumbre…”.

También recuerda que cuando le pusieron la valla “era tan fina, que la gente hacía agujeritos finísimos y por ahí veía los partidos. Cuando se enfoscaba de nuevo, a veces se caía con sólo un balonazo”.

Recuerda también con cariño los “derbis” de la época, como “cuando jugábamos contra el Cuatro Caminos. Bajaba cantidad de gente desde allí a vernos, también contra el Congosto, la Ferroviaria, ¡menudo ambientazo! Y las verbenas de verano, que llamábamos ´kermesse´, para las Fiestas del Carmen, que se hacían en los alrededores del campo de fútbol.”

De las plantillas de entonces recuerda “un jugador curiosísimo, cuando jugábamos en El Rodival en 1ª Regional, un tío delgadísimo, tan espigado que le llamábamos El Penicilina; jugaba de mediocentro. Entrenaba siempre descalzo, siempre. Para no gastar las botas, que se las ponía sólo en los partidos”. Así de penosa era la vida del futbolista en los inicios del Rayo. “En los años cincuenta recuerdo a Paqui, que se lo llevó el Betis la primera vez que subimos a 2ª División, era un interior buenísimo que tenía su contrapunto en Magán, que era el duro. Pero para futbolista-futbolista, Felines. O Peñalva, que era un delantero centro de mucho cuidado que tuvo la desgracia de que le partieran la pierna”.

Para Antonio no hay un mejor momento que este: “Yo no cambio la historia del Rayo por la del Real Madrid. Yo he visto cómo un equipo al que iba a ver de pequeño en 2ª Regional, terminaba en Primera División y jugando la UEFA. Y hemos sido el único equipo de Madrid con el que el Atleti y el Madrid no han podido. Yo he vivido de todo; fue famoso en una liguilla de ascenso contra el Gerona que en el primer tiempo les metimos 4, las avalanchas en el viejo Vallecas que no tenía más que localidades de pie y nos caíamos unos sobre otros al romperse las barandillas que había. También ha habido berrinches, pero vamos, estamos acostumbrados. Nosotros cuando ganamos sacamos más partido, disfrutamos más y mejor. Además, yo soy del Rayo y sólo del Rayo, a diferencia de algunos que se sientan a mi lado y les digo que son unos merengones, porque lo son (risas).”

Sobre si el sitio del Rayo es la Primera o la Segunda División, Antonio lo tiene claro: “Hubo una leyenda negra hasta el primer ascenso del Rayo. En al menos tres ocasiones estuvimos a punto de conseguirlo, incluso en una no se logró por culpa del gol average, y esa leyenda negra decía que al Rayo no le interesaba subir a Primera. Mire, el sitio del Rayo es Primera y más ahora que tenemos más abonados, y muchísima más gente joven. El otro día, viniendo en el tren a ver el partido, venía gente joven con bufandas desde Aranjuez, yo creo que eso antes no pasaba tanto. Pienso que en eso la presidenta Teresa Rivero acertó cuando se propuso que los partidos se jugaran por la tarde.…

Cree que el mejor presidente que tuvo el Rayo en su historia fue Miguel Rodríguez Alzola “que se fue del Rayo cansado de pelear. Ese sí que era un hombre aficionado hasta la médula”. Porque por el Rayo hay que pelear, asegura: “Cuando en los estatutos del club teníamos voto los 100 socios más antiguos como compromisarios, yo era uno de ellos, y me quejaba de que no se respetaban los presupuestos al incluir más gastos de los debidos. Por eso empezaron a llamarme El Inconformista, y con ese mote me he quedado”.

Rafael Sanjuán, el número 1

Ser el abonado número 1 no le quita el sueño a Rafael. Sí se lo quita, sin embrago, el estado de salud de su mujer, que le tiene algo alejado del Rayo últimamente. “Como mi hija también es abonada, de las pocas salidas que hago es ir algún domingo al Estadio turnándome con ella”. Hablamos con él en su casa de la calle de Candilejas, cerca de Madrid Sur.

Si cogiéramos el árbol genealógico del Rayo Vallecano, estaría plagado de “sanjuanes” por todas partes. Es más, la historia de la familia Sanjuán está directamente ligada al nacimiento del Rayo Vallecano, ya que la propia cuñada de Rafael vivía en la casa de la mujer que dio cobijo a los primeros jugadores rayistas, doña Prudencia Priego.

“Yo llegué a conocer El Rodival antes de que le pusieran las vallas. Mi familia, mis hermanos, siempre estuvimos relacionados con el Rayo desde el principio. Pero llegó un momento en el que el campo empezaba a quedarse pequeño”. Por eso cree que el Rayo tuvo la suerte a su favor cuando el campo de fútbol de Vallecas, el actual, se vio involucrado en un extraño suceso que marcaría el destino del Rayo para siempre.

“Cuando el Rayo jugaba en El Rodival ya existía en Portazgo el otro estadio, el de Vallecas. Este campo, vallado, mucho mejor que el nuestro en comparación, se construyó para que jugara allí el Rácing de Madrid”. Pero una gira por América de este equipo del barrio de Chamberí terminaría con los jugadores abandonados a su suerte en el continente americano y una sanción para el club que le llevó a la práctica desaparición. Este hecho benefició al Rayo Vallecano, que de la noche a la mañana se convirtió en serio aspirante a nuevo inquilino de la instalación. Y algo más curioso aún, “como el estadio se quedó provisionalmente sin equipo de fútbol, empezaron a celebrarse en él carreras de motos, convertido en una especie de velódromo”.

Ya más recientemente, Rafael recuerda las asambleas tumultuosas de los años sesenta y setenta “cuando había masa social de sobra para estar en Primera División”. Su hermano Fernando Sanjuán llegó a ser vicepresidente con Marcelino Gil. Y ahí volvemos a lo del árbol genealógico rayista: de entre los 50 primeros socios del Rayo durante mucho tiempo, hubo al menos cuatro “sanjuanes” en los primeros puestos. De los futbolistas de entonces saca del olvido a “Tito, un interior muy bueno que jugaba antes de la guerra; Cendón, un mediocentro con muchísimo toque, y Jarete, un chaval rubio que jugaba de delantero y era muy efectivo”. Y como entrenador asegura no haber conocido a ninguno como “Olmedo, un hombre que sabía mucho de fútbol y que conocía perfectamente al club”.

Y de entre todas las anécdotas, su favorita es aquella en la que jugando el Rayo en Primera División hubo una nevada enorme en Vallecas y le llamaron para quitar la nieve con palas porque Luis Aragonés, que por aquél entonces entrenaba al Atlético de Madrid, se negaba a jugar en esas condiciones. No sólo quitaron la nieve en pocas horas para disgusto de Luis, sino que el Rayo jugó y ganó 4-1. Eran los tiempos del matagigantes…

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