Por Isabel Rangel, enfermera familiar y comunitaria
Tras casi 23 años dedicada a la asistencia como enfermera de atención primaria, cambio de destino. Mi nuevo ámbito laboral será el hospitalario. Aunque el motivo de este traslado sea gratificante (ocupar una plaza en propiedad), resulta inevitable el proceso de duelo.
Recién graduada, abandoné mi pueblo para instalarme en Madrid con el sueño de trabajar en lo que quería desde pequeña. En aquel momento, la ilusión y el entusiasmo me ayudaron a disipar el vértigo y la inseguridad que caracterizan a cualquier principiante. Quién me lo iba a decir. Tenía por delante un mosaico de gente extraordinaria a la que conocer.
Al principio fui encadenando contratos en la zona rural, acumulando un total de 13 años de labor por centros de salud y consultorios locales de la sierra. El nivel de aprendizaje conseguido en esta época fue espectacular. Después llegaron suplencias de larga duración e interinidades en distintas zonas de la ciudad como el Barrio del Pilar, Vicálvaro, Tetuán o Vallecas. Ay, Vallecas, cómo atrapa…
A nivel sanitario, se trata de un grupo poblacional con patologías que demandan muchos recursos sanitarios para mejorar su calidad de vida. Mi tarea de cuidar y acompañar durante su enfermedad a los pacientes adscritos al Centro de Salud José María Llanos ha sido muy reconfortante, gracias a la confianza que han depositado en mí. Es un privilegio comprobar su capacidad de resiliencia y superación, a pesar de contar con unas características sociodemográficas y económicas que les encuadra en aparente vulnerabilidad. Lejos de mostrar una actitud dramática ante las penurias que viven muchos de ellos, responden con una sonrisa, con un “hay que seguir luchando”. Por eso, el barrio y su gente me generan una profunda admiración, la misma que siento por mis compañeros.
Templanza, generosidad y liderazgo
En El Pozo del Tío Raimundo he vivido episodios muy intensos y duros, pero el equipo humano con el que los he afrontado ha sido excelente, razón por la que siempre digo que trabajo en El Pozo de los valores. Hemos superado situaciones hostiles con una combinación magnífica de templanza, generosidad y liderazgo, y se asumen nuevos retos con imaginación y paciencia. Cuando hay que participar en cualquier proyecto, aparecen rápidamente voluntarios, igual que cuando hay que echar una mano a quien lo necesite.
Por no hablar del trato con el paciente, donde se aporta un extra de humanidad.
Espero que, con los cambios de personal, continúe esta línea de cooperación que ha caracterizado siempre a la familia pocera. Deseo un buen proceso de adaptación a los profesionales que llegan y ojalá los que nos vamos, lo hagamos satisfechos con nuestra actuación y agradecidos por el lujo de las experiencias compartidas.
Sirvan estas palabras de despedida y homenaje a cada persona que me ha ayudado de una u otra manera a disfrutar y crecer, tanto a nivel humano como profesional durante estos cinco años. He sido muy feliz aquí. Hasta pronto.