Por Carolina Cuesta, enfermera del CS José María Llanos
Puede parecer extraño titular así un artículo que pretende hablar de salud, pero resulta que es precisamente nuestro código postal uno de los factores que más va a influir sobre ella. La aparición, evolución, pronóstico y desenlace de muchos problemas de salud tienen que ver con las condiciones de vida de las personas, es decir, con el lugar donde viven, cómo viven, cómo trabajan o cómo se relacionan. Su código postal influye más en su salud que su código genético. Una cosa son estilos de vida y otras son condiciones de vida.
Hoy en día es indudable que se comete un error al considerar la salud como un asunto individual marcado solo por nuestra biología (nuestros genes) y nuestro comportamiento (estilo de vida), porque es difícil tomar determinadas decisiones saludables en entornos y “códigos postales” no saludables.
En todas las sociedades se da el hecho de que, a medida que descendemos por la escala social, se va acortando la esperanza de vida y se vuelven más comunes la mayoría de las enfermedades. Las personas que viven en los peldaños más bajos de la escala social suelen estar sometidas, como mínimo, a un riesgo doble de padecer enfermedades graves y muertes prematuras.
La pobreza relativa significa ser mucho más pobre que la mayoría de las personas de la sociedad y se suele definir como vivir con unos ingresos inferiores al 60% de la media nacional. Impide a las personas el acceso a una vivienda digna, a la educación, al transporte y a otros factores vitales para la participación plena en la vida. Ser excluido de la vida social y recibir un tratamiento de inferioridad es causa de peor salud y de un riesgo más elevado de padecer una muerte prematura. Y más concretamente, el estrés que produce vivir en la pobreza es particularmente perjudicial durante el embarazo, para los bebés, los niños y los ancianos.
Residir en barrios con carencias de recursos o servicios públicos, con una alta densidad de población y con porcentajes altos de delincuencia y marginalidad contribuye, junto con otros factores personales y familiares, a un uso precoz de drogas y al posterior abuso de las mismas, mientras que un elevado nivel de renta parece ejercer un efecto protector en la población adulta (reduce el riesgo de consumos excesivos de alcohol e incrementa las probabilidades de abandono de tabaco).
Alimentación menos saludable
Otro punto de gran importancia es que las personas con un menor status socioeconómico parten con desventaja a la hora de poder llevar a cabo una alimentación que podamos considerar como saludable.
Para mejorar nuestra salud no necesitamos políticos inaugurando hospitales o prometiendo que invertirán mucho dinero en el aparataje sanitario más caro y sofisticado, necesitamos políticas comprometidas con la salud comunitaria, lo que se traduce en mejorar las circunstancias en que la población nace, crece, vive, trabaja y envejece o lo que es lo mismo: luchar contra la distribución desigual del poder, el dinero y los recursos.