Ignacio Marín (@ij_marin)
Al principio no nos lo creíamos. No éramos conscientes de la envergadura del problema. Cuando nos dimos cuenta de que el iceberg no era ni mucho menos lo que veíamos, ya era tarde. Estábamos inmersos en una crisis terrible que iba a cambiar el mundo para siempre. Decíamos “cuando todo esto pase”, vendrá un mundo nuevo. “Cuando todo esto pase”, nadie se quedará atrás, seremos más solidarios, el Estado intervendrá y evitará abusos. Hasta incluso nos atrevimos a decir que “cuando todo esto pase”, el capitalismo habrá muerto. Era 2008 y la crisis financiera arrasó con todo, dejando una brecha de desigualdad y precariedad que aún sufrimos en barrios como el nuestro. “Todo esto pasó”, efectivamente, pero no pasó nada.
Ahora, en estos tiempos terribles de pandemia, “cuando todo esto pase” se ha convertido en una de las frases más manidas. Todos tenemos planes para cuando recuperemos la normalidad. Pasear sin restricciones, hacer deporte, viajar, visitar a nuestros seres queridos, charlar con nuestros amigos… Pero no solo eso. Todos, sin ser grandes estadistas, presuponemos que las cosas han de cambiar.
- “En nuestra mano está ir sembrando hoy el mundo en el que queremos vivir, solidario, ecuánime, sostenible, del que podamos sentirnos orgullosos”
Tal vez todos coincidamos en que los profesionales de la Sanidad deben de tener unos sueldos dignos y que los presupuestos no se han de recortar para evitar las carencias de las que todos hemos sido testigos. O impedir que el cuidado de nuestros mayores sea gestionado por manos privadas sin ningún tipo de control.
O quizás nos preguntemos por qué Puente, con 983 casos de coronavirus por cada 100.000 habitantes, y Villa, con 989, sean de los distritos más afectados en esta pandemia. Tal vez sea porque gran parte de los considerados trabajadores esenciales procedan de nuestras calles. El mozo de almacén, el carretillero, el conductor y el mensajero con los que los pedidos llegan a nuestra casa; el trabajador de la limpieza que deja las calles impolutas; el obrero de las fábricas que no han podido parar; el conductor de transporte público que se juega la salud para llevarnos al trabajo; el cajero, el reponedor y el vendedor sin los cuales no podríamos llenar nuestras neveras. Vallecas está llena de trabajadores esenciales… tan esenciales que hierve la sangre saber qué, nuestros dos distritos, son de los de menor renta de la ciudad.
Por eso quizás estemos dando por hecho que “cuando todo esto pase”, las cosas realmente vayan a cambiar. ¿Nos espera realmente una sociedad más justa, más igualitaria, más humana o tenderemos de nuevo al egoísmo y al individualismo por el que claman exacerbados ciudadanos de Estados Unidos o Brasil? ¿Reforzaremos nuestro sistema sanitario dotándolo de los recursos necesarios o recurriremos a la demagogia para atacar el sistema fiscal que sufraga los servicios públicos? ¿Reivindicaremos el control estatal para que evitemos ver de nuevo los geriátricos convertidos en auténticos morideros o nos dejaremos llevar por aquellos que claman contra la intervención, asemejándola a un fantástico totalitarismo dictatorial?
El mañana que tenemos de arrostrar no va a ser fácil, desde luego, pero en nuestra mano está ir sembrando hoy el mundo en el que queremos vivir. Un mundo solidario, ecuánime, sostenible. Un mundo del que podamos sentirnos orgullosos “cuando todo esto pase”.