Por Juan Sin Credo
Hace un frío del carajo… Aunque más que frío, el ambiente rezumaba una humedad penetrante motivada por una fina cortina de lluvia. Llevaba tiempo sin pasear por el páramo vallecano y, en esa ocasión, mi propósito consistía en comprobar si aún se mantenía en pie el último chozo de pastores de Vallecas, puesto que temía por su existencia, tras haberse iniciado movimiento de maquinaria pesada por la zona durante el mes de junio. Afortunadamente, todavía permanece erguido, con algún reciente derrumbamiento mínimo de su estructura. Sin embargo, no me cabe ningún género de duda de que, si no se remedia pronto, terminará por desaparecer en breve.
Según el restaurador Nacho Bermeja, nuestro chozo de pastores fue en su origen piedra seca de aljez, pero ha sido enfoscado en algún momento. No obstante, su valor es incuestionable al ser el único testimonio del pasado de la arquitectura ancestral de Villa de Vallecas. Bien es cierto que se pueden observar otros yacimientos en esta zona que, probablemente, fueran también chozos de pastores, aunque cuesta diferenciarlos de un simple majano que servía para marcar el límite entre las tierras.
En aquella soledad de los postreros campos vallecanos, acomodada en las ramas desnudas de un olmo raquítico, una pareja de grajos levantó el vuelo a mi paso. Sus graznidos característicos no me dejaron, ni mucho menos, indiferente. Sentí el frío de la desolación de un tiempo finiquitado, un tiempo que se nos va sin, ni siquiera, poder evitarlo. Un frío agudo por la falta de afecto que permite la indiferencia hacia un sector de la población que no tiene acceso a los servicios esenciales, mientras se derrocha gratuitamente los recursos de una forma indiscriminada y sin ningún control. Frío helado ante esas personas que trabajan a tu lado sin esbozar una pequeña sonrisa de gratitud ante el esfuerzo de esta situación excepcional. Un frío permanente ante la arbitrariedad de las autoridades en unas medidas que restringen el calor humano del otro.
Fichaje editorial
Igual de frío sentí al conocer ese fichaje estratosférico de Lousie Glück por Visor en España, tras obtener el Premio Nobel, dejando de lado a su editorial de toda la vida, la valenciana Pre-Textos, fundada en 1976, sello que se caracteriza por una pulcra y cuidada edición de su especialidad: las obras poéticas. Su labor infatigable ha sido premiada recientemente con el Premio Nacional a la mejor labor editorial. De su catálogo se deberían rescatar para las bibliotecas de Vallecas la ‘Poesía Completa’ de Juan Bernier, miembro fundador del grupo Cántico, uno de los referentes ineludibles en la poesía española de posguerra y, sobre todo, ‘El mercado de los duendes’, perteneciente a la ardiente Christina Rossetti, ya que su fogosa vivacidad y encendida experimentación con el lenguaje nos transmitirán ese calor emocional necesario para comenzar el año de la mejor manera posible.