Con la ilusión de estrenar

Por Ignacio Marín

¿Qué tendrá esta época del año, que todo sabe a nuevo sin serlo? ¿Por qué se nos agolpan en la garganta sensaciones que nos cuesta interpretar? Como una mezcla entre la emoción de lo inédito y el peso de la nostalgia. El eterno combate entre lo nuevo y lo viejo, que lleva teniendo lugar en nuestro interior desde que existimos. Quizá sintamos la misma sensación en enero, cuando el comienzo del año nos obliga a pensar qué estamos haciendo con nuestras vidas y qué queremos hacer con ellas en el futuro.

Pero en septiembre, esa introspectiva tal vez venga dada por la vuelta a la costumbre, al final del estío, al cambio de estación. O tal vez permanezca con nosotros para siempre la rutina del año escolar, esa emoción de comenzar un nuevo curso, el aroma de los nuevos libros, cuadernos, lapiceros… El desafío de la novedad, vaya, que nos puede generar tanto esperanza como temor a partes iguales.

Septiembre es una de mis épocas favoritas para pasear por nuestras calles. Para impregnarme de ese sabor por lo nuevo. De esa mezcla de esperanza y temor. Puedo reconocerla en las miradas, en esas miradas de ilusión por nuevos proyectos, por nuevas aventuras. En aquellos comercios que levantan sus persianas de nuevo, en todas esas familias de estreno.

Pero también son miradas de temor. Temor a la incertidumbre, a la precariedad, a esa línea tan delgada que diferencia estar fuera o dentro del sistema. En septiembre renovamos nuestras ilusiones, pero también los temores.

Esta es también una buena época para plantearnos qué modelo de barrio queremos. Los tiempos de cambio tienen eso, que nos permiten soñar, imaginar. Confiar en que puede venir algo mejor.

Existe un modelo de barrio que padecemos todos los días. Un modelo de barrio, un modelo de ciudad, un modelo de país. Un modelo en el que las diferencias entre los que más tienen y los que no tienen de nada se van agigantando, sin que a nadie parezca importarle. En el que no hay manera de salir de la espiral de la precariedad, de la exclusión social, porque han quitado la red de protección para mercadear con ella. En donde lograr cita para el médico es una odisea. En donde los criterios para conceder una beca están hechos a medida de los ricos. En donde los servicios públicos son entregados a concesionarias que exprimen cada céntimo en busca de los beneficios, sin importar la calidad del trabajo ni las condiciones de los empleados. Un modelo, en definitiva, diseñado para perpetuar las diferencias de clase.

Por el contrario, existe un modelo en el que lo público es realmente público. Entendido como un servicio al ciudadano, que busca reducir las diferencias, que busca generar un sostén para atajar la precariedad, que busca la justicia social en vez del beneficio voraz. Un barrio a la medida de las personas y no de sus ingresos.

Ahora que todo nos sabe a nuevo, ahora que tenemos la ilusión de volver a empezar, de comenzar nuevos proyectos, construyamos ese modelo, construyamos el barrio que queremos. Con esa ilusión del niño que estrena un nuevo curso, que estrena sus libros de texto. Porque si no, seguirá siendo injusto. Porque si no, se seguirán encargando los que jamás lo han pisado.

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