Por Ignacio Marín (@ij_marin)
El bulevar de Puente de Vallecas, Peña Gorbea, es 1.000 calles en una. Es una calle castiza, pero también multicultural. Es clásica, aunque moderna. Soleada y a la sombra. Es abierta y amplia, pero se oculta medrosa tras la avenida de la Albufera. Es emocionante bajar por la calle de la Concordia o por Monte Igueldo y descubrir, entre aceras bulliciosas y edificios con solera, nuestro bulevar, el auténtico corazón del barrio. Y más emocionante fue aún, el pasado mes de mayo, bajar por cualquiera de esas vías y darse de bruces con la Feria del Libro, tras un año en el que no se pudo celebrar. Tras un año en el que necesitábamos, más que nunca, reencontrarnos con la cultura en la calle.
Porque que la cultura vuelva a las calles es un sinónimo del regreso a la normalidad que tanto ansiamos. La cultura es la verdadera riqueza de los pueblos, un legado que traspasa las generaciones, un grito de coherencia entre tantas injusticias y desgracias. El retorno de la cultura a la calle, al contacto con el vecino, no solo es una buena noticia. Es la victoria que tanto nos merecíamos celebrar.
- “Septiembre es un buen momento para replantearnos si este modelo de individualismo y competición es el que realmente queremos”
Por suerte, este regreso no terminó con la Feria del Libro. El pasado verano tuvo lugar el festival popular ‘Vallekas con K de Kultura’, un mes de actividades organizadas por colectivos vecinales, grupos culturales y activistas. Tras más de un año de pesadilla epidemiológica, muchos creadores han tenido verdaderas dificultades para poner en marcha sus espectáculos o vender sus obras. Este tipo de actividades no solo sirven para dar visibilidad a todos ellos, sino también para poner en valor las redes vecinales y reivindicar problemas que no solo se siguen sufriendo en nuestros barrios, sino que se han visto agravados por la crisis.
Al fin y al cabo, se trata de ir recuperando la calle como espacio legítimo para el ciudadano. Como forma de expresión, como medio de comunicación de aquellos que la habitan. Si los desahucios de familias se recrudecen, sin importar la edad de los menores ni plantear alternativas, es en parte por esa calle enmudecida. Si nuestros centros de salud están cerrando y en su lugar abren casas de apuestas no es solo porque la voz de la calle se calló, sino porque votamos para que se cerrara la boca.
Septiembre es un buen momento para replantearnos si este modelo de individualismo y competición es el que realmente queremos. Si el urbanismo cerrado y excluyente es el idóneo para que nuestros hijos crezcan. Si merecemos el desmantelamiento de las pocas opciones de ocio y cultura que teníamos, otro servicio público que decidimos tirar por el sumidero.
Si, en definitiva, este presente no es el futuro que queremos, por delante tenemos esta larga senda hacia la normalidad para diseñar el que nos merecemos. Y en ese futuro, al igual que en el pasado, la calle debería ser el epicentro. El escenario, la voz y el protagonista. El mercado, el ágora y el foro. Porque calle somos todos. Porque calle es Vallecas.
El Bulevar fue un nido de drogadicción en la época de los 80 y 90, y ahora lo es de delincuencia en forma de bandas latinas. Las calles aledañas lo único que hacen es sufrir todo esto. Podemos querer pintar la realidad con hermosos colores con los que camuflar la verdad, pero por muy rosa que se pinte su olor seguirá siendo fétido, lamentablemente.