Aunque su origen se pierde en los tiempos más remotos y, hoy por hoy, se celebre en cualquier esquina del planeta, su objetivo ha permanecido inalterado: el desmadre y la diversión sin pudor. La fiesta del Carnaval, cuyo significado etimológico parece estar compuesto por los términos latinos “carnem” y “levare”, que vendrían a significar “carne” y “adiós”, supone la gran juerga antes del comienzo de la Cuaresma, la tradición cristiana caracterizada por el ayuno y la penitencia. Nuestro carnaval, humilde y auténtico, nos permite disfrutar de una manera distinta de Vallecas, con una explosión de la alegría que caracteriza a nuestro barrio, con las murgas y chirigotas que crean adeptos en todo Madrid y con un desfile que aúna diversión y reivindicación.
Pero ya enterramos la sardina y, a menudo con resaca, guardamos los disfraces hasta el año que viene. Volvemos a la realidad de nuestro barrio, con sus circunstancias y problemas. Cayeron las máscaras, aunque no para todos. Muchos permanecen todo el año con un disfraz, con una fachada de falsa preocupación por los problemas del barrio, presumiendo de mejorar nuestras condiciones de vida cuando detrás de sus máscaras luchan por sus intereses. Como aquellos que defienden la proliferación sin control de las casas de apuestas tras el disfraz de la generación de empleo y la libertad de empresa, mientras nuestros jóvenes encuentran como única alternativa de ocio la dilapidación de sus pocos ingresos y caen en la espiral de la ludopatía. O aquellos otros que abogan por no controlar el precio del alquiler, con la máscara de la autorregulación del mercado inmobiliario y la defensa de la iniciativa privada, mientras la especulación crece al mismo ritmo que la precarización de las condiciones de vida.
Otro desfile menos divertido es el de toda la basura de la Mancomunidad del Este que llega a diario a Valdemingómez, multiplicando las posibilidades de sufrir enfermedades y degradando la salud de los vallecanos. También arriban a nuestro barrio los solicitantes de asilo que el Samur Social se ha mostrado incapaz de atender, en unas viviendas prefabricas y aisladas del exterior, que impiden a nuestros nuevos vecinos participar del barrio, convirtiendo esas instalaciones en una suerte de campo de refugiados. En este caso si cayó la máscara del delegado del Área de Familias, Igualdad y Bienestar Social, José Aniorte, que en unas infortunadas declaraciones sobre el perfil “no conflictivo” que tienen estos migrantes al ser venezolanos, muestra el verdadero rostro de racismo del Ayuntamiento de Madrid. También se les podría caer también, pero esta vez la cara y de vergüenza, a los representantes de las distintas administraciones por estar hundiendo el transporte público en nuestros barrios, reduciendo vehículos y personal, y aumentando los tiempos de espera.
Aunque muchos de nuestros representantes se disfracen de eficaces gestores públicos, lo cierto es que los que vivimos en Puente y Villa de Vallecas percibimos de manera tangible cómo empeoran las condiciones de vida de nuestros barrios, cómo se degradan nuestros servicios y cómo se reducen las oportunidades a un ritmo además mucho mayor que el del resto de distritos, en especial aquellos más céntricos. A pesar de que haya terminado el Carnaval, nuestras reivindicaciones van a sonar tan alto y fuerte como nuestra alegría. Las máscaras ya cayeron: vamos de frente y con la cabeza bien alta, como siempre. Ya pueden tomar buena nota los políticos: los vallecanos no bajamos la guardia a la hora de defender lo nuestro.
Por Ignacio Marín (@ij_marin)