Por Ignacio Marín (@ij_marin)
Existen situaciones que nos sorprenden, porque las imaginábamos intolerables para la ciudadanía. Situaciones que tensan el aguante y la paciencia de la sociedad, a la vez que señalan de manera cristalina decisiones políticas erróneas. Situaciones que delatan, por encima de cualquier ideología, quiénes son los que manejan realmente el país. Situaciones, en definitiva, crueles para las personas. Crueles para barrios como el nuestro, ya de por sí azotado por la desigualdad, el desempleo y la falta de oportunidades.
Los inadmisibles precios de la luz son la última desgracia que han de enfrentar las familias y negocios que peor lo están pasando con la crisis y que, por supuesto, van a seguir sufriendo. Para eso son los que siempre pagan y pagarán el pato, si seguimos dispuestos a tolerarlo.
Pero como si de un cruel oxímoron se tratara, la subida descontrolada de las tarifas viene a arrojar luz sobre las costuras del sistema. En primer lugar, sobre el poder desmesurado de las grandes empresas sobre las administraciones públicas. Nadie está pudiendo parar los pies al delirante sistema de subasta eléctrica, en el que el megavatio se termina pagando al precio más caro que marque el mercado, sin importar de dónde proceda esa energía, si es necesaria importarla o lo contaminante que sea.
El autodenominado gobierno más progresista de la historia no se ha atrevido a controlar un mercado que, como en el caso del alquiler, está demostrando una voracidad sin límite. Está demostrando lo necesario de una regulación pública que, hace años, era el buque insignia de ciertos sectores del Gobierno.
- Los inadmisibles precios de la luz son la última desgracia que han de enfrentar las familias y negocios que peor lo están pasando con la crisis
La mejor idea que han podido tener es la que bajar el IVA de la tarifa. Otro error. La situación actual no se presta a menguar las arcas públicas para hacer un favor a las grandes empresas. Crea, además, un precedente peligrosísimo, ya que no solo demuestra sin medias tintas que el Ejecutivo se encuentra a merced del gran empresariado, sino que también está dispuesto a reducir los ingresos que se dirigen a la educación y sanidad pública si es necesario. Un escándalo intolerable en países con una mínima tradición democrática.
Una situación que también arroja luz sobre la ausencia de una oposición progresista que llevase a la calle las justas reivindicaciones de una sociedad agotada. Porque las aventuras electorales, las coaliciones sin garantías y la desaparición de las siglas y las ideologías pueden satisfacer muchos egos, pero también llevar a un descrédito y a una desconexión con los problemas de gente. Porque si esa protesta no es escuchada, serán otros los que la enarbolen, otros los que ocupen ese espacio. Y eso puede traer muchos riesgos a barrios tolerantes y abiertos como el nuestro.
En definitiva, si los que han estado siempre al lado de la clase trabajadora, los que se han jugado el pellejo en denunciar sus problemas, los que han hecho propuestas coherentes para mejorar sus condiciones… Si ahora, en esta situación tan complicada, no son capaces de plantar cara a los que quieren perpetuar las injusticias y la desigualdad… apaga y vámonos.