Por Antonio Osuna
En todo el tiempo que llevo como colaborador nunca pensé que escribiría algo de esta temática. Jamás llegué a imaginar que mi tecleo sería inspirado por algo tan cotidiano como ir a hacer la compra. Pero así es la vida, llena de frases que llevan un “nunca pensé” como introducción.
Nunca pensé que algo tan simple (y en la infancia tan aburrido) como ir a comprar el pan sería todo un deporte de riesgo. Y así es. Las cosas han cambiado mucho en estas semanas o en estos meses, depende de cuando se esté leyendo este texto, con filas interminables dignas de propias competiciones en muchas calles. De los supermercados prefiero no hablar, ahí las finales son prácticamente olímpicas.
Hace unos días fui al centro comercial que está frente a la Asamblea de Madrid y eso no era una fila, era una carrera de obstáculos y paciencia. Más de una hora en la calle (suerte que no llovió), pero, una vez dentro, la carrera pasó a ser de obstáculos pues la paciencia ya se la había transmitido a los que llegaron más tarde que yo a esa interminable cola. Esquivar a la gente como si se tratase de un videojuego, es más, un videojuego en el que solamente tienes una vida y no quedan más monedas (acabo de darme cuento de lo mayor que soy al pensar en monedas, el ultimo salón recreativo cerró hace 20 años, pero creo que se me ha entendido). El caso es ese, esquivar gente y tratar de coger lo necesario, gracias que aquellos coleccionistas de papel higiénico se dieron cuenta de que los demás también lo usamos y ya dejaron de comprar por palés.
Pero debo agradecer una cosa en esta época de crisis salubre. Hacer la compra de frutas y verduras está resultando de lo más fácil. Ya no tienes a alguien delante que manosea los aguacates y los aprieta como si fueran una bocina. Ya nadie coge las sandías y les da golpes como si fueran a romper a llorar (siempre me lo imagino como un bebé). La gente ha aprendido a coger lo que vaya a comerse y salir lo antes posible de ahí, y eso, eso es de agradecer.
Las filas son interminables, pero una vez dentro nadie remolonea. Todos tienen claro lo que han ido a buscar y, si pueden estar tres minutos menos dentro, mejor que mejor. Y eso, para los que nacimos con la prisa nos viene genial.
No me gustaría acabar este texto sin agradecer su aportación magnánima a todos esos dependientes, a todas las personas que sí se la están jugando, a todos los que detrás de un mostrador se exponen sin saber cómo de sana está la persona que tienen delante.
Hoy al aplauso de las 20 horas creo que debería ir a ellos. Da igual cuando leas este texto, no importa si han pasado semanas o un mes.