Texto leído por Javier Baeza en el acto de recepción del premio Derechos Humanos 2015.
Antes de nada agradecer, en nombre de toda la parroquia de San Carlos Borromeo, este premio a la Asociación Pro-Derechos Humanos de España, a quienes nos propusieron y a quienes votaron que hoy estuviésemos aquí.
Tenemos que desvelar, aunque los organizadores no lo sabrán, que éste es un premio concedido ex aequo a los dos propuestos: la parroquia y José Palazón. No podía ser de otra manera siendo Pepe uno de los nuestros. Por tanto este reconocimiento queremos también compartirlo con Pepe Palazón y cuantas personas y colectivos están luchando para que las fronteras dejen de ser causa de muerte y dolor en nuestro mundo. Va por ellos.
Estos días se acercaron muchas personas intentando que les expliquemos qué es o qué hacemos en San Carlos. Es, sinceramente, una difícil pregunta, pues a veces tenemos la sensación de que nos limitamos a vivir o quizá a reinventar la vida. Nada más… Nada menos…
A mí me gusta utilizar el símil del paraguas: San Carlos Borromeo es como un paraguas donde muchas personas y colectivos tenemos nuestro “refugio” ante los tormentos de la vida y las tormentas de la injusticia.
Desde los primeros muchachos con sus problemas, y entre ellos los de las drogas y el sida, que trajeron a las Madres Contra la Droga, los jóvenes privados de libertad en las cárceles que intentaron remontar su propio descalabro, los Traperos de Emaús que formaron una salida laboral y vital a quienes la vida arrinconó. Aquellos primeros locos del acompañamiento personal y la fidelidad que conformó la Coordinadora de Barrios, donde la búsqueda de alternativas se emparejó para siempre con la denuncia de las causas que crean exclusión e injusticia. Y todo un rosario de solidaridades que se han ido entrelazando desde la parroquia en búsqueda de un mundo más habitable: Madres contra la Represión, Marchas de la Dignidad, mercado de frutas naturales, Mareas varias, compromiso en El Gallinero…
La historia de esta parroquia no es la historia de una persona. Es la historia de muchas. Tampoco es la historia de un colectivo. Es la historia de muchos.
No seriamos honestos si no trajéramos aquí la memoria de la multitud de chicos y chicas muertos en San Carlos víctimas de la cárcel, la droga, el sida, las torturas… que han ido construyendo esa escalera hasta el cielo que ha convertido este espacio en inexpugnable. También es el momento de tener presentes a cuantos con su empuje, unos más visibles y muchos ocultos, pusieron los cimientos de esta realidad: Enrique Castro y Pepe Díaz, curas en San Carlos artífices del “aquí no se va nadie”, compromiso visceral y ético con la realidad rota de Vallecas que tan bien definiera León Felipe en su poema Pie para el niño de Vallecas.
Pero si hay algo que defina esta parroquia, este espacio liberado, como le llama alguna madre, son las mujeres. Es el nuestro un espacio definido en femenino. No solo porque sigue siendo “la-parroquia” o “la-borromeo”; sino porque nuestra historia no hubiera sido posible sin el carisma, empuje, valentía y firmeza de cuantas mujeres la han habitado.
Lo que vivimos en San Carlos Borromeo es la fe. Para unos pocos la fe como expresión de la religiosidad que anida en nuestra existencia, para unos muchos la fe que como seres humanos nos lleva a ocuparnos del otro, y del otro pequeño y vulnerable. Existencia y ocupación que nos hace preocuparnos porque el ser humano, desnudo de todo, es válido en sí mismo. Hemos ido viviendo en estos más de 30 años que las personas somos un torrente de generosidad y genialidad cuando ponemos lo mejor de cada una al servicio de la gran CAUSA (con mayúsculas): la solidaridad como antesala de la justicia. Sin aquella, ésta sería imposible. Y sin ésta, aquella sería un paternalismo que in-dignifica a quien la ejerce y sobre quien se proyecta.
Agradecemos este reconocimiento. El premio lo vivimos cada día en el privilegio de compartir la suerte con los más pequeños, los desheredados, los sin nombre, los nadies. Aquellos con quienes día a día vamos tejiendo esa red de solidaridad tan imprescindible como necesaria en nuestros días: desde el joven preso por sus problemas con las drogas, hasta el niño empobrecido y privado de libertad en una cárcel de menores, pasando por aquellos que siguen mostrando su valentía y coraje emprendiendo una migración efecto de la huida del hambre, la guerra o la persecución. Esos jóvenes que siguen siendo capaces de empeñar su vida, no solo en el camino migratorio, sino en saltar tantos mares y vallas indignas que nuestros Gobiernos han ido construyendo.
Domingo a domingo, en las celebraciones dominicales, cristianos y musulmanes, creyentes y ateos —todos— recitamos el Padre Nuestro. Este canto a la fraternidad no es solo expresión de un credo, cuanto de un reto en continua construcción: “los seres humanos nacemos libres e iguales en dignidad y derechos, y dotados como estamos de razón y conciencia, debemos comportarnos fraternalmente los unos con los otros…”
Así sea…
Una fiesta para celebrarlo
PARROQUIA SAN CARLOS BORROMEO.
La fiesta que tuvimos el 11 de diciembre en la parroquia fue fruto de la intencionalidad al recoger el premio: el único merecimiento para el mismo es el privilegio del encuentro y vinculación que durante estos años hemos tenido. Por eso se llamó a más de 400 personas para participar en la celebración que, por distintas causas, habían tenido relación con San Carlos. El premio fue la excusa para este encuentro. Vino gente de Murcia, Ávila, Tánger, Burgos, Coruña, Santiago, Valencia, Salamanca… donde durante estos años hemos ido tejiendo amistad y solidaridad. Ciudadanos y ciudadanas de distinta posición social, jueces y fiscales y personas que estuvieron presas, actores como Javier Bardem o Carlos Olalla, candidatos a diputados y anarquistas, ateos y vicarios episcopales… La realidad plural de San Carlos estuvo muy evidenciada en esta fiesta.
Fotos: Nacho Goytre (portada); S.C.B.