REDACCIÓN
El sábado 23 de noviembre, como cada año, los vecinos del poblado de El Gallinero y el equipo de voluntarios han celebrado su habitual fiesta de denuncia con motivo del Día de los Derechos de los Niños y las Niñas. El lema escogido para la edición de este año, “No a los derribos. ¿No ven que hay niños?”, hace referencia a la actuación municipal más destacable en el último año. El incremento de los derribos arbitrarios y, en muchas ocasiones, sin los permisos adecuados, ha llevado a muchas familias a desplazarse de El Gallinero por miedo a quedarse sin hogar, con los problemas, entre otros, de escolarización que eso ha supuesto para los menores. Reproducimos a continuación el manifiesto leído durante el acto.
Tengo tres años y sueño cada noche que un dragón blanco me recoge en la cuna de la chabola donde vivo y, cabalgando a sus espaldas, volamos hasta la luna. Allí su fuego y mi mirada borran de la tierra cada frontera, cada pobreza.
Tengo 71 años, sueño que todos los niños de El Gallinero aprendan a sumar y restar, sepan leer y algún día les vayamos a ver cómo logran terminar sus estudios. Sueño que estas niñas, como mis nietas, sean aquello que quieran ser.
Tengo cinco años, soy una niña que cada tarde juega mojándose los pies en el agua de la fuente de El Gallinero. Juego mientras voy a por el agua a la fuente, ya que mi casa no tiene grifos. Sueño vivir en una casa con jardín donde jugar pisando el verde de la hierba y no el frío barro.
Tengo 46 años, sueño que todos juntos logramos parar la locura de los derribos y sueño que cada niño pueda dormir en una casa construida por sus padres, en un barrio como otros muchos barrios con sus médicos y sus parques.
Tengo once años, sueño con ser bombero, por eso cada día corro a la escuela e intento aprender lo que me enseñan. Hay tardes que hago los deberes en casa, otras en el apoyo escolar. Sé que tengo que esforzarme mucho, pero sé que lo conseguiré.
Tengo 36 años y sueño con que la justicia y los derechos no se detengan a las puertas de El Gallinero; sueño con una justicia que apueste por los más débiles y que haga suya la lucha por los derechos pisoteados en este trozo de Madrid.
Tengo cuatro años, sueño que ya no vivo aquí, y que yo y todos mis amigos vivimos cerca del mar, en la playa donde vamos de vacaciones. Sueño que juego cada tarde y marco tres goles en las pistas de mi barrio.
Tengo 40 años y sueño con el día en que estas palabras no existan y que todas las sonrisas que aquí duermen se despierten y desborden los márgenes de la ciudad y comprendamos que es mejor para todos compartir todas las sonrisas de todos los niños.
No me acuerdo de los años que tengo, no me acuerdo cuándo empecé a vivir aquí ni en otros muchos poblados donde también vivo. Sueño cada noche con el día que empiece a vivir la parte buena de la vida. No tardará mucho: me lo dicen mis manos endurecidas de tanto trabajar, me lo dicen mis sueños dulces como los sueños de todos estos niños y también las estrellas que cada noche nos visitan.
Tengo seis años y hay noches en que no puedo soñar… El frío no me deja dormir, pero cuando cierro los ojos sueño que cabalgo sobre un hermoso caballo y allí donde mire veo a un niño que vive una hermosa vida.
Los sueños de la buena gente son la antesala de un mejor presente. Estos sueños serán más tarde que pronto realidad, ya que los soñamos con toda el alma y los luchamos con toda nuestra sangre. Nadie nos podrá negar vivir nuestros sueños, construir nuestros derechos. Son la urdimbre de nuestro presente, nuestra libertad, y pronto, más pronto de lo que muchos piensan, la realidad de cada una de nuestras vidas.
El Gallinero