“Las arañas (orden Araneae) son el orden más numeroso de la clase Arachnida, lejanamente emparentadas con otros grupos de artrópodos como los insectos, con los que no debe confundirse.”
Un rápido vistazo a Google y a la enciclopedia de la red (Wikipedia) nos deja este inicio de definición de la araña. Más tarde nos cuenta que están repartidas por todo el mundo y que son depredadoras (primera definición del diccionario de la R.A.E. de la palabra depredar: Robar, saquear con violencia y destrozo). Y también, que tienen glándulas venenosas con las que paralizan a sus presas. Y que producen seda con la que fabrican redes de caza (telarañas). Pensaréis que esto es una columna de opinión y que para saber de estos artrópodos están las enciclopedias; virtuales o no. Sí. Pero os cuento esto porque quería hablaros de la visión que tuve el otro día y me ha parecido la mejor manera de acercaros a ella. Veréis:
Bajaba yo por la avenida de la Albufera hacia el campo del Rayo para asistir al primer partido de la temporada de nuestro equipo, y llegué a la altura del cruce, con semáforos, de la avenida de Buenos Aires. El sol comenzaba a desaparecer por detrás de los árboles del parque Azorín, y sus rayos, entrelazados con las sombras de las hojas, alcanzaron mis ojos en el preciso instante que miraba a los colores para averiguar si me permitían cruzar. Fue cuando las vi. El contraluz me las ofreció. ¡Qué escalofrío! Sus finas y cuantiosas fibras casi ocultaban las luces roja, ámbar y verde. ¿Por qué estaban allí? Porque… ¿el Ayuntamiento no tiene dinero para su limpieza? Es lo primero que se me ocurrió. Porque… ¿el presupuesto de mantenimiento de enseres públicos, y otros más, se tienen que emplear en los Juegos Olímpicos que van a llenar unos cuantos bolsillos, amplios, de Madrid y de España, y a repartir calderilla por alguno modesto? Qué idea más mezquina la mía, pensé. También pensé en el uno de agosto pasado. Por la tarde. En la sesión del Congreso de los Diputados. No sé por qué… ¿o sí? Sí, sí, creo que lo sé… Depredadoras, depredadores. Venenosas, venenosos. Telas de araña. El recuerdo de los discursos de aquellos artrópodos trajeados, en el púlpito, me hizo dudar… ¿Estaríamos en el principio del final? ¿La seda se iría extendiendo por la ciudad? La mezquindad se convirtió en pavor, y el pavor en esperanza (por fortuna, ya con minúsculas en nuestra Comunidad).
El verano pasa, y no se nos debe olvidar lo que las arañas nos contaron ese día uno de agosto. El veneno. Será el momento de volver a invadir las calles con nuestras tijeras pacíficas, solo un dibujo sobre el papel, para ir cortando uno a uno esos hilos de seda con los que nos quieren cazar. En nuestras manos está; solo dos dedos son necesarios para usarlas, con ellos podremos deshacer sus redes. Pero hacen falta las manos de todos.
Por último, os quiero avisar de que estos artrópodos, las arañas, mudan su esqueleto externo (exoesqueleto) periódicamente (ecdisis). Aunque son los mismos.
Por cierto, aquella noche el Rayo ganó.
Luis Miguel Morales