Por Patricia del Amo
“Pero crecerás, te harás mayor, y tendrás tus ideas, las mías o las de tu padre, y te darás cuenta de que son mucho más de lo que parecen, de que son una manera de vivir, una manera de enamorarse, de entender el mundo: no tengas miedo de las ideas”. Estas palabras fueron escritas por la escritora Almudena Grandes. La primera vez que me hablaron de ella fue en el colegio.
Los centros escolares son el centro de la educación, de esa formación académica que brinda los recursos necesarios para elegir entre unas ideas y otras, así como para crearlas de manera personal. Suponen un foco que permite descubrir desde personas a vocaciones, y por qué no, también el propio entorno. Un foco de revelación de aquello que esconden las calles que rodean al colegio, los parques y la vecindad que flanquea el instituto. Son centros potenciales de enseñanza sobre el propio barrio, que permiten girar la perspectiva para que en la oración “Vallecas es un barrio de Madrid”, el término Vallecas sea algo más que un sujeto al que le acompaña un predicado; que 1924 pueda no ser el resultado de una ecuación, sino el año de la fundación del Rayo Vallecano; o que H2O se salga de la tabla periódica porque es batalla, es naval y es utopía. La escuela constituye un germen de sinergias y de compañerismo, lo que supone la creación de una colectividad que llega más lejos dejando la competitividad a un lado, al compartir fortalezas para formar un todo diverso y arrasador. Que si lo tuyo es la economía, contribuirás desde el mercado de Doña Carlota; que si disfrutas con las palabras, tu sitio es La Esquina del Zorro; y que si triunfas en las competiciones deportivas, tu parque es Arbolitos. De igual modo que lugar a lugar se construye el distrito, persona a persona se crea el enriquecimiento.
Pero no solo el entorno ofrece oportunidades a los centros escolares, sino que, de forma inversa, también son estos aquellos que tejen barrio. Un buen ejemplo de ello es el proyecto ‘Semillas’, arraigado en el IES Madrid Sur, donde un grupo de alumnos y alumnas contribuye a las donaciones alimenticias de la red vecinal Somos Tribu con los productos del huerto que ellos y ellas mismas cultivan. Rábanos y lechugas nutridos de valores solidarios. Y es que, de la misma manera que una semilla parte de sus raíces locales para dar lugar a la producción de frutos nuevos, un proyecto nacido en un instituto es capaz de proporcionar ayuda a todo un barrio.
Frente al estigma, tejido vecinal y educación
Sin embargo, ello no significa que no existan las malas hierbas, como tampoco significa que el nuestro no sea un barrio estigmatizado. Frente a los titulares de prensa y las series de ciencia ficción, tejido vecinal y educación germinada en las aulas. Unas aulas en las que los conocimientos que se imparten resultan, en ocasiones, demasiados abstractos, por lo que, para darles concreción, para acercarlos y aterrizarlos, puede ser aprovechado el propio entorno, exprimiendo lo que se ve y vive en el día a día, tomando como base lo cotidiano y conocido. Un caso particular del barrio para comprender un problema de matemáticas, una escultura para personificar la historia de nuestro país o una montaña del Cerro del Tío Pío como escenario de un planteamiento físico. Y, así, hacer de lo lejano algo cercano.
En definitiva, barrios y centros escolares, centros escolares y barrios mantienen una relación bidireccional de retroalimentación. De entornos, de valores, de conocimiento, de vecindad… que, en ocasiones, llega a unirse en ideas en común. De esas sobre las que se dijo al principio que no había que tener miedo.
La escuela constituye un germen de sinergias y de compañerismo, lo que supone la creación de una colectividad que llega más lejos dejando la competitividad a un lado.
De la misma manera que una semilla parte de sus raíces locales para dar lugar a la producción de frutos nuevos, un proyecto nacido en un instituto es capaz de proporcionar ayuda a todo un barrio