Por Juan Sin Credo
Todavía permanecíamos despreocupados en la evolución de un universo prepándemico cuando, impulsada por la extinta Mesa de Cultura y Deporte de Villa de Vallecas, se promocionó, en junio de 2018, la I Semana Cultural del Distrito, con el lema ‘Vallecas, una mirada a sus orígenes’. Tales jornadas culturales tuvieron como soporte la difusión de la investigación de unos de los yacimientos arqueológicos más importantes de Vallecas, emplazado en el Cerro de La Gavia, cuya fase de ocupación corresponde a un poblado carpetano de la Segunda Edad del Hierro, con una presencia continuada desde el siglo IV a.C. hasta el I d.C.
Este poblado se asentó cerca del arroyo de La Gavia, afluente del Manzanares por su margen izquierdo, que discurre en dirección noreste-suroeste formando un vallecillo delimitado por una serie de ligeras elevaciones. La más alta de ellas recogió ese topónimo, denominándose Cerro de La Gavia. En este entorno, sus pobladores, gracias a su avance en las técnicas agrícolas y ganaderas, lograron un modo de vida sostenible que les permitió instaurar el sedentarismo.
Todo discurría en una monotonía de prosperidad hasta que los ejércitos de Roma entraron en Hispania. El Cerro de La Gavia dejó de ser ya un lugar seguro en esos tiempos de zozobra. Sus defensas de nada servían frente a enemigos tan superiores. La población poco a poco abandonó este cerro buscando cobijo y comodidad en los incipientes núcleos urbanos fundados por Roma, con estatuto diferenciado, acorde al Derecho Romano.
El virus del Imperio acabó con la barbarie de civilización de los primeros pobladores de Vallecas que vivían pacíficamente en sus escarpadas lomas, laderas elevadas al fértil abrigo de la ribera del Manzanares. Un virus del Imperio que, en la actualidad, ataca en el oriente de Europa a los bárbaros ucranianos, según el totalitarista y genocida, Vladimir Putin, por sus peligrosas costumbres occidentalizantes, tales como querer vivir confortablemente en paz y libertad. Ante estas situaciones de barbarie bélica, ocupación y violencia, me pregunto, seriamente, quiénes son los bárbaros, si ya están aquí o si han convivido siempre con nosotros.
Puede que, posiblemente, los bárbaros no sean más que aquellos que habitan en nuestras instituciones y vociferan imprecaciones desafortunadas y chulescas, tildadas de un rancio machismo, como la de aquel otro vocal de Ciudadanos que, en el último pleno de distrito de Villa de Vallecas, espetó a una vocal de Más Madrid, provocando el abandono del Pleno por parte de la bancada progresista, ante la negativa de arrepentimiento del miembro de la decadente y agonizante formación naranja.
En esta visión deformada, a contraluz, del concepto de barbarie, ha contribuido poderosamente la recomendación de mi amigo Juan Argelina para que leyera una de las obras maestras del Premio Nobel en 2003, J. M. Coetzee, ‘Esperando a los bárbaros’, ubicada en las estanterías de la biblioteca de El Pozo, libro del que, en boca de su protagonista, se extraen citas emblemáticas como, por ejemplo, aquella de “los Imperios son imágenes del desastre, saqueo, aniquilamiento y pirámides de hueso”. El virus de nuestro tiempo, el virus de los Imperios que propagan y nos contagian la soberbia de su barbarie.