Por Adriana Sarriés
La pandemia no ha terminado, pero estamos en una fase muy distinta a la de hace año y año medio. Creo que es “sano” el comentario que hago a continuación, incluso diría imprescindible, porque no ha tardado en caer un pesado manto de silencio sobre el drama de la muerte de decenas de miles de nuestros mayores con motivo de dicha pandemia.
Hubiera preferido no tener la idea de hacerlo, porque, según empiezo a escribir, me recorre una enorme tristeza. Ojalá no hubiera sucedido, eso habría sido lo mejor. Pero ha ocurrido y todavía ocurre a día de hoy, aunque sean casos contados. Buena parte de una generación admirable se nos ha ido envuelta en silencios, lágrimas ocultas, sin reconocimientos ni homenajes…
Esos mayores, no hablo de individualidades sino de colectivo, que vivieron una guerra y una posguerra, que vivieron una pobreza sin bancos de alimentos, sin subsidios o rentas mínimas, que suspiraban porque sus hijos fueran a la escuela que ellos no tuvieron, que alguno al menos fuera a la universidad, que aprendieran más que ellos, que tuvieran mejores trabajos, que fueran “algo en la vida”, porque ellos se consideraban poca cosa.
Esa generación que vivió multitud de carencias, entre ellas libertades que hoy por tenerlas, aunque no sean perfectas, tendemos a olvidar que en nuestro pasado no lejano carecimos de ellas.
Esa misma generación que recibía su pensión, para la mayoría humilde pensión, como un regalo. Y de esa pensión hacían “malabares” para beneficio de sus hijos y nietos. Ejemplo no tan alejado la crisis de 2008 en la que paliaron sus efectos saliendo al paso de los problemas de su familia.
Emociona recordar cosas como que muchos separaban de su pensión un poquito para los cumples, otro poquito para el IBI, algo también para su propio entierro. No querían dejar cargas y, si era posible, dejar algo para repartir.
Generación de penurias y miedos
Estos fallecidos se cuentan por miles. No quiero poner cifras, pero lo cierto es que son muchos miles. Se nos han ido muchísimos de esa generación de las penurias y los miedos, aunque también de la fortaleza y del esfuerzo. Y se han despedido sin despedirse, aislados y muy probablemente desconcertados y con angustia.
Me pregunto si es o no verdad eso que explicó Adela Cortina de que existía o apareció la “gerontofobia”, ese sentimiento que aparta e ignora, con mayor o menor disimulo, a las personas mayores. La riada de fallecimientos hizo que saltaran las alarmas y la vergüenza social que experimentamos frente a unos hechos que ya nadie podía disimular, hizo que expresáramos buenos sentimientos. Muertos y más muertos en numerosas residencias, felizmente no en todas. Pero posiblemente no habíamos querido entrar y ver. Éramos, somos parcialmente responsables, aunque señalemos particularmente a las administraciones competentes y a las empresas gestoras.
Preguntas tan sencillas como éstas: ¿cuánto y cómo nos habíamos preocupado? ¿conocíamos la ratio de profesionales por número de residentes? ¿y sus condiciones laborales? ¿y si nuestros mayores estaban bien cuidados? ¿Y a día de hoy hemos mejorado sustancialmente todos? Algo nos dice que eran y son funciones públicas en manos privadas con escaso seguimiento por parte de las diversas consejerías. Y estas empresas buscaban principalmente su beneficio. No incluyo en absoluto a aquellas, públicas y privadas, que lo hacían bien. No se lo merecen y por tanto este comentario no va con ellas. Pero queda una enorme tarea.
- Buena parte de una generación admirable se ha ido envuelta en silencios, lágrimas ocultas, sin reconocimientos ni homenajes
Muchos de los operadores o gestores de esas residencias que cuestionamos han repetido como un mantra que “su función no es curar, sino cuidar”. Pero no nos engañemos, es una verdad a medias. Cuidar es mucho más de lo que descubrimos y no queremos describir con detalles porque es espantoso. ¡Bienvenidos los nuevos protocolos si son buenos! Pero, ¡a buenas horas! Lo que había no funcionó. A día de hoy, se han apagado los debates. Y no podemos olvidar que les robamos un derecho fundamental, la dignidad. Se la robamos a esa generación con la que estamos en deuda y de la que nos sentimos tan orgullosos, o eso decimos.
Nunca será suficiente, pero reconocer el esfuerzo que hicieron por los suyos y por este país, reconocer su vida y su dignidad es una obligación. No es retórica. A los que se fueron les llega tarde, a los que quedan no, si somos capaces de rectificar. Desde este rincón de su Vallecas VA: gracias, muchas gracias. Perdón, perdonadnos.
Nuestra pena y solidaridad la hacemos extensiva a todas las personas fallecidas, de cualquier edad, a sus familias y amistades.
Si la esperanza es creer que lo que deseamos será posible, deseamos profunda y
sinceramente que nuestros mayores crezcan socialmente en dignidad y en cuidados. Ojalá los queramos por encima de todo. Ojalá luchemos lo que haga falta para que sea así. Y quienes se han ido ¡descansen en paz!.
Me alegra mucho descubrir que en VALLECAS\VA cabemos todos, realidades y opciones de vida de todos los colores. Este número lo deja muy claro.