Por Concha Morales
La tarde se volvió tormenta
seca, irreverente, perdedora,
a lomos de un estío anaranjado.
Sombría y oclusiva apareció
la muerte al otro lado del teléfono,
tan sin olor a ti, tan aturdida
como una cesta de naranjas en agosto.
Amanece y lo que te rodea
es un sinsentido en medio de la nada,
la nada exprimida de unos ojos sin lágrimas.
Amanece y tu huerto te llama
porque desconoce el camino de vuelta.
Silencio sobre los campos,
sobre tus versos, silencio.
Tus mujeres de negro y mayo
no logran desprender la guadaña
traicionera de tu pequeño cuerpo,
en tanto que un tímido arco iris
acaricia las nubes, entristecido,
sobre los campos, sobre tus versos.